No era un cohete real, por supuesto. Era solo una atracción de feria: un cilindro que se balanceaba suavemente mientras proyectaba imágenes del universo, creando la ilusión de pertenecer a un viaje interestelar.
Recuerdo que me subí solo una vez a aquel artilugio circense, que por muchos años fue una de las grandes atracciones de Xelafer. Habría nacido en mí una insaciable curiosidad por el universo.
Con el paso del tiempo, desarrollé dos sueños que hoy parecen frustrados: ser nadador olímpico y astronauta. Un deseo, quizá, alimentado por mi signo, Acuario, que me hace soñar con sumergirme en la infinitud del agua; el otro, a explorar la vastedad de las cosas más primarias de la existencia. No he llegado a descubrir, físicamente, el cosmos más allá de la Tierra, ni a ganar medallas olímpicas. Pero al ver fotografías de aquella atracción, entiendo que no estoy tan lejos de explorar el supremo concepto de la vida. .
Este año, el año de mis 31 años, me he sumergido en la lectura de la metafísica. Es una genuina y humana forma de explorar lo infinito: conceptos como el espacio, el tiempo, la intuición, la concentración, las emociones y su rol en la materialización de la realidad.
Estudiar metafísica es una manera de trascender límites, como nadar más rápido o tocar las estrellas más lejanas. Leer se ha convertido en una forma de inmersión, una exploración de lo infinito. Y, sobre todo, una forma de sentir, de comprender que la vida misma está compuesta de capas profundas que aún nos quedan por ser descubiertas.
Es curioso pensar que, años después de haberme subido a aquel falso cohete, siento que he retomado el rumbo que inicié en mi infancia: Descubrir la vastedad de la existencia.
Es curioso. Tan solo es curioso.
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).