La vida como tal está llena de retos y vivencias que no siempre resultan como uno quiere; no obstante, no nos queda otro camino más que vivirla, aprovechando las oportunidades que un nuevo día nos brinda al despertar cada mañana.
Lamentablemente, los sin sabores que acumulamos cuando las cosas no resultan conforme a nuestros deseos, poco a poco nos arrebatan nuestros sueños, metas y anhelos, adentrándonos al peligroso sentimiento de la frustración.
Todos hemos escuchado en algún momento de nuestra vida la frase “lo último que se pierde es la esperanza”; pues bien, desde mi particular punto de vista la esperanza tiene un matiz de incertidumbre positiva; es decir, es incierto en qué momento llegará lo que deseamos a nuestra vida, pero tenemos la convicción por fe, que tarde o temprano llegará.
Por consiguiente, cuando las personas tenemos esperanza nos apropiamos de un sentimiento de confianza que, aunque las cosas no estén marchando conforme a nuestros planes y deseos, aprendamos a ser pacientes y mantenernos con positivismo que; más pronto que tarde, las cosas estarán mejor. Pero la esperanza por sí misma no es suficiente, nosotros también debemos accionar y no acomodarnos con ese exceso de confianza que todo marchará bien por su propia cuenta; en consecuencia, la esperanza nos mantiene firmes en nuestras convicciones, pero nuestro propio accionar nos acerca al día en que se hagan realidad nuestros anhelos. Concluyo con el pensamiento del médico estadounidense Jonas Salk “la esperanza reside en los sueños, en la imaginación y en el coraje de aquellos que se atreven a convertir sus sueños en realidad”.