La aguja del reloj no se detiene. Tan rápido ya estamos iniciando un tiempo que nos permite reflexionar sobre nuestra propia vida y el caminar también de la comunidad cristiana en general. El tiempo de Cuaresma nos recuerda que la vida humana es efímera; que hoy estamos vivos y mañana posiblemente ya no. El miércoles de ceniza es un día en el que se nos recuerda que somos polvo y en polvo nos convertiremos. De hecho, es así. Nadie puede vivir un día más si Dios no lo permite.
Los cristianos creemos en la existencia de un Dios eterno y misericordioso, que nos perdonará si de verdad Él ve una actitud de arrepentimiento. Por su parte, Dios no quiere la muerte del pecador, si no que se convierta y viva. El deseo de Dios siempre es éste: que vivamos una vida santa. Pero el hombre y la mujer no siempre se mantienen fieles y perseverantes por los caminos de Dios.
Muchas veces, el poder o el dinero que se tiene nos turba la mente. Recuerdo el caso de Salomón. Desde joven él le pidió sabiduría a Dios para gobernar al pueblo de Israel. Tenía tan buena fama que la reina de Sabá emprendió un viaje larguísimo para comprobar su sabiduría. Salomón era un hombre sabio. Pero conforme se fue poniendo más viejo, sus demasiadas mujeres lo apartaron de Dios y terminó adorando a la diosa Astarté y al dios Molok. Su corazón se apartó de Dios, (Re 11, 4-13).
Hay varios espejos en dónde podemos ver cómo el poder, ciega la vista de hombres y mujeres. Bukele en el Salvador está feliz porque ha pulverizado a la oposición. Muchos afirman que es un tirano, pero él no lo ve así. En Guatemala, la jefa del MP se ha convertido en una mujer soberbia y engreída, sólo porque, por el momento, tiene poder. Cuando el poder no se traduce en servicio, enferma.
Ahora que estamos iniciando este tiempo de cuaresma, reflexionemos sobre la necesidad de conversión que existe en el mundo. Los gobernantes de las naciones y quienes tienen una cierta dosis de poder en instituciones estatales, deben estar conscientes de que tarde o temprano, Dios les pedirá cuenta de sus acciones. Siempre llega un momento en el que los tiranos de izquierda o de derecha se encontrarán a solas con Dios. Y ahí será el llanto y la desesperación.
La cuaresma es un tiempo también para que los cristianos caigamos en la cuenta de la necesidad de una verdadera conversión personal. Los consagrados, consagradas y laicos debemos hacer un buen examen de conciencia. Es decir, muchos de los cristianos de a pie, viven en sus propias burbujas de una aparente santidad. Según ellos, ellos están bien y están actuando según la voluntad de Dios. La realidad es otra.
Recordemos siempre que somos finitos, y que tarde o temprano vamos a regresar a ser polvo. Que la existencia se nos es dada para servir y para ser felices. No pongamos nuestro corazón en otros dioses como el dinero y el poder. Pongamos nuestro corazón en las cosas de arriba, en las del cielo. Vamos a poder lograrlo si ponemos en práctica el ayuno, la oración y la limosna.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.