Hubo un tiempo en que a los padres de familia y a la sociedad les importó que los menores de edad no estuvieran expuestos a mensajes que no fueran aptos para su edad.
La clasificación de contenido de películas, según los temas, imágenes y lenguaje que pudieran incluir empezó a aparecer alrededor de la segunda mitad del siglo pasado; sin embargo, al menos en Estados Unidos, es inaplicable por la garantía de la libertad de expresión, por lo que solo constituye una recomendación.
Otra categoría de contenidos que se vio sometida a esta regulación fueron los videojuegos, que en algunos países pueden tener su propio sistema de clasificación, implementado con el fin de evitar el contenido violento o sexual según la edad del usuario.
Hasta antes del desarrollo tecnológico que dio origen a la era de la información, la exposición al contenido de las diferentes formas de comunicación era más o menos controlable, incluso los mensajes publicitarios de licor o cigarrillos tenían un horario establecido, y la responsabilidad principal recaía en los padres; hoy, esa puerta está más que abierta para todos. Y las formas de control establecidas no son del todo funcionales.
Un periódico, un video musical, una canción, un anuncio publicitario o un programa de televisión pueden contener tantos mensajes impropios para determinadas edades como los mimos videojuegos y películas con las clasificaciones más restrictivas, y sin embargo están transmitiéndose todo el tiempo, sin restricción, ni siquiera al menos una recomendación para los padres, que no ven ningún peligro por ser parte de los contenidos cotidianos.
Es cierto que en algún momento los niños y adolescentes deberán conocer estos temas, que son parte también de su realidad, como la violencia, pero hasta dónde puede afectar que desde esa edad se expongan a tales contenidos. La teoría del análisis del cultivo, una de las más progresistas de la comunicación en su momento -considerando el enfoque conductista que predominó con anterioridad- establecía que los medios de comunicación no tenían un efecto directo sobre el espectador, pero que la exposición masiva y repetitiva a determinados contenidos podía genera cambios en las cogniciones de las personas.
Mientras tanto, en las redes sociales, que establecen sus políticas de uso, cada vez hay perfiles de menores de edad, administrados por ellos mismos, no solo saltándose las reglas, sino accediendo a un espacio que, aunque tiene sus propios sistemas de restricción, tampoco es adecuado para su uso. Pululan entonces en nuestra sociedad toda clase de contenidos para adultos, con acceso para niños, tanto que al encender la televisión, en un inofensivo video musical que dura apenas tres minutos y cincuenta segundos, usted puede encontrar tal violencia, abuso de sustancias, sexo, blasfemias e imprudencia, que ni los videojuegos o películas podrían resumir de tal manera.