Once de la noche, iniciábamos con mucha ilusión nuestro anhelado e inimaginable recorrido, se hizo presente el fuerte frio, las estrellas y la luna destellantes en el inmenso cielo obscuro, nuestros pasos firmes y seguros al ritmo del tic tac del reloj nos conducían por un terreno desconocido, con subidas, bajadas y senderos sombríos.
Cada participante ejercía su propia lucha, unos dialogando y contentos, otros en silencio; otros reconociendo dolores y lesiones viejas, otros en sus músculos y cuerpo registrando sensaciones nuevas.
Con alegría y expectación avanzábamos al paso de las horas, todos dirigiéndonos al coloso y sublime objetivo. Formando una cinta iluminada a lo largo del faldón de la exuberante caldera, fue impactante apreciar el despliegue de la multitudinaria cantidad de gente, unos varados en el camino otros avanzando con determinación e ímpetu, todos testigos del luminoso y majestuoso espectáculo sonoro, desborde de fuerza conque el gigantesco nos decía bienvenidos; por un instante nos paralizó un estrepitoso sonido puedo asegurar que no fue un simple sonido , era la admirable presencia y voz del Creador y autor de la extraordinaria y excelsa belleza en la que estábamos sumergidos; fue en donde escuche con atención aquella tan preciosa reflexión; por más esfuerzo , afán y preparación, todos en esta vida nos conducimos por la vida y como una fila en espera avanzamos al encuentro con el Señor, la más lindo de esta meditación fue el recordatorio que a mi corazón lleno; “No existe nada ni nadie que nos conduzca hacia el Padre, mas que su amor y gracia ostensible en aquel sacrificio redentor, avancemos llevando en nuestras manos la luz , poniendo total y plena confianza en JESUS”.