El 25 de junio es el día de los verdaderos maestros, es decir, de aquellos que merecen un 10, porque hacen de su profesión una oportunidad para enseñar y formar integralmente a sus alumnos.
Haga memoria de sus mejores maestros, ¿verdad que son pocos los que marcaron la diferencia en su vida? Marcaron la diferencia porque le enseñaron a estudiar, a leer, a tener disciplina en su vida, a tener buenos hábitos de estudio y ser excelentes.
Entre los miles de maestros en Guatemala, hay algunos que merecen un 10, porque enseñan y exigen con amor; preparan sus clases, son dinámicos y buscan el mejor momento para corregir al indisciplinado. Por otro lado, hay maestros que lo que menos debieron haber elegido en la vida es “ser maestros” y “dar clases”. ¿Por qué? Porque humillan a sus alumnos, creen que porque dominan su curso tienen el derecho de hacer lo que se les antoja, exigen respuestas memoristas y literales, son excelentes depositarios de contenidos sin razonarlos. Algunos maestros se consideran buenos porque, del curso que imparten, solo les ganan dos o tres; y hasta se alegran porque sus alumnos pierden.
A los maestros que creen saberlo todo, que humillan a sus alumnos, que no valoran su capacidad y creatividad, que les complican la vida, que no desperdician oportunidad para hacerlos sentir mal, que constantemente viven amenazándolos, que se alegran cuando los ven repitiendo cursos… por favor evalúen si siguen dando clases. Sería mejor dedicarse a otra cosa.
El maestro de preprimaria, primaria, básico, diversificado y universitario debe llevar en su bolsillo los siguientes principios:
Tener vocación para enseñar, porque solo el que tiene vocación pondrá su máximo esfuerzo para lograr transformar la personalidad de sus educandos. Es un maestro sabio, que construye la vida de los jóvenes sobre roca.
Formación permanente: un maestro debe autoformarse y aprovechar cuantas oportunidades haya en el medio para estudiar y adquirir conocimientos. El maestro que nunca invierte en talleres, capacitaciones y en libros para aumentar su sabiduría en el aula, es cómplice del subdesarrollo del país.
Ame a sus alumnos, “el que no ama, no educa; porque la educación es cuestión del corazón» (San Juan Bosco). Para amar a los demás, antes debe usted amarse. El amor es el mejor ingrediente del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Ame empáticamente: en el salón de clase se reflejan los problemas existenciales de los y las jóvenes. Lo ideal sería preguntarles por qué se sienten así; y no decirles que miren qué hacen, porque no es su responsabilidad. Esa es la oportunidad para convertir los problemas en oportunidades.
Disfrute lo que hace: ¿Cuál es su actitud cuando ve el montón de trabajos y exámenes sobre su escritorio? Aunque sean un montón, trate la manera de revisar lo mejor que pueda las tareas de sus alumnos. Todo sacrificio tiene una recompensa.
No haga daño por donde le hicieron daño: muchas veces los maestros repiten metodologías represivas y violentas para enseñar, porque así fueron educados. Ne repite modelos pedagógicos negativos. Recuerde que los alumnos aprenden por imitación; y que las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra.
Valore a sus alumnos: hábleles en positivo. Contágielos de alegría, paz, paciencia y buen humor. No hay alumnos tontos; todos son inteligentes. Motívelos para que busquen la excelencia en todo lo que hacen.
Acérquelos a Dios: invítelos a que integren a Dios en sus vidas. No importa la religión que profesen; lo importante es ayudarles a tomar conciencia de que una vida sin Dios no tiene sentido. Que el Maestro de maestros (Jesucristo) recompense el esfuerzo, los enojos, los desvelos, las prisas y las lágrimas por donde necesariamente hay pasar para ser un maestro extraordinario. ¡Feliz Día del Maestro!
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.