La navidad es un tiempo de pensamientos y sentimientos encontrados. Para quienes hemos perdido a nuestros seres queridos la tristeza y las lágrimas son inevitables. La depresión hace acto de presencia ante los duelos malsanos. Pero también en la navidad la alegría de compartir en familia, es uno de los condimentos esenciales; las sonrisas de papá, mamá, hijos, hermanos y otros miembros de la familia, adornan mejor ese arbolito hecho con tanta dedicación en nuestros hogares.
Las circunstancias de cada ser humano son diversas. Por ejemplo, muchas personas pasan estas fiestas postradas en una cama, ya sea en sus casas o en los hospitales; otros, pasan estas fiestas en la cárcel. El dolor y el sufrimiento se hace presente en cada hombre y en cada mujer. Los contextos son particulares, pero el acontecimiento principal es el nacimiento de Jesús en Belén.
Algo que quiero dejar claro es que no es la celebración de una fecha; es la celebración de un hecho, de un acontecimiento: el nacimiento del Salvador. El nacimiento de Jesús marcó un antes y un después en la historia de la salvación. Por eso dice el profeta: “porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, siempre Padre, Príncipe de la Paz”, (Is 9, 5).
San Juan Pablo II afirma: “Jesús nace para la humanidad que busca libertad y paz; nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza”, (Cfr. Homilía de Navidad, 24 de diciembre, 2002). Dios se hace humano, para la humanidad. Nace para sanar a los enfermos y oprimidos por el mal, se hace humano para humanizar a una humanidad deshumanizada por el mal reflejado en la terquedad de Herodes y de los escribas y fariseos, de aquél entonces y de ahora.
Por lo tanto, no es la fecha, sino el “hecho” del nacimiento del Señor lo más importante de esta navidad. Cada país tiene sus propias tradiciones navideñas, maneras muy singulares de celebrar este hecho salvífico. En Guatemala se iluminan los parques principales de las ciudades y pueblos, se elaboran pesebres, se intercambian regalos; y el día 24 de diciembre, por lo general, todas las familias hacen Paches (elaborados de papa) y Tamales (elaborados de maíz o arroz). Todos comparten. Lo cual me parece bien.
Que estas tradiciones navideñas nos sirvan para celebrar con entusiasmo y amor el nacimiento de Jesús en nuestras propias vidas. Las iglesias cristianas tienen, litúrgicamente hablando, sus propios ritos para celebrar este nacimiento. Por lo tanto, hay que asistir a las celebraciones litúrgicas para escuchar su palabra y alimentarnos de Jesús. Siempre hay excusas para no hacerlo; y estamos en libertad de asistir o no. Pero celebrar navidad sin el alimento espiritual, no tiene sentido.
“No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, (Lc 2, 10-12). La señal de este pesebre con un niño humilde y misericordioso no pasa de moda. Después de dos mil diecinueve años, sigue siendo la señal de esperanza, de perdón, de gozo, de justicia, de paz y amor para toda la humanidad. Este acontecimiento es lo más importante. Mis oraciones para cada uno de ustedes. ¡Feliz Navidad!
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.