En el camino de la vida, cada decisión que tomamos la podemos comparar a cuando vamos manejando y llegamos a un cruce, debemos sí o sí tomar la decisión en ese momento sobre qué ruta continuar nuestro trayecto, por más simple, esa decisión nos llevará por una vía, un paisaje y un panorama totalmente diferente.
Lo fascinante de esto es que esas decisiones nos llevan a cruzarnos con los caminos de otros en las mismas circunstancias, nos topamos, además, con mundos nuevos, con nuevas vistas, nuevas perspectivas y sobre todo personas nuevas, que van formando parte de nuestra vida y enriquecen nuestra perspectiva de ella, preparándonos a la vez para futuras decisiones.
Seguramente muchas de esas decisiones nos llevarán por caminos incorrectos, por caminos en los que nos sentiremos perdidos o equivocados, pero lo importante es seguir decidiendo, tomar la experiencia de vivir ese camino, así sea incorrecto, como parte de nuestro crecimiento para que nuestras futuras decisiones nos lleven a mejores caminos y, sobre todo, hacia donde queremos llegar como seres humanos.
En el espacio anterior compartimos un poco respecto a la presión que muchas veces recibimos, en esta que debiera ser una de las partes más respetadas entre los seres humanos: la toma de decisiones; y esta presión además de que somos nosotros mismos quienes la permitimos, puede ser que sin darnos cuenta también seamos nosotros mismos quienes la promovamos, con el simple hecho de tener temor al enfrentarnos a momentos cruciales que determinarán el rumbo de nuestra vida.
Por tal razón debemos recordar el verdadero poder de la toma de decisiones, esta es una herramienta que podemos utilizar en cualquier momento para cambiar todo aquello que no esté saliendo conforme a lo planeado, en el instante que tomamos una nueva decisión, ponemos en marcha una nueva causa, efecto, dirección y destino en nuestra vida, y esta empieza literalmente a cambiar.
Un verdadero compromiso supone una verdadera decisión, a menudo, poner en práctica la decisión resulta más fácil que tomarla; tenemos que tomar las decisiones de manera inteligente y hacerlo con rapidez. No hay que dar continuamente vueltas sobre cómo lo haremos o si seremos capaces de hacerlo. Cuantas más decisiones tomemos, más fácil nos será acometerlas.
Una vez que hayamos decidido quiénes queremos ser como personas, no nos podemos quedar atascados en los medios para conseguirlo, lo que nosotros perseguimos es el fin, al decidir lo que deseamos para nuestras vidas. Debemos saber que una decisión que tomemos puede cambiar, en cualquier momento, el curso de nuestra vida para siempre. Si queremos que nuestras vidas sean apasionadas, necesitamos vivir con esta actitud de expectación.
No se trata de vernos como seres omnipotentes, porque no lo somos, debemos tener la fe y la madurez de reconocer que hay algo más grande dentro de nosotros que crea esos mundos a los que llegamos por medio de nuestras decisiones; y que de todo hay algo siempre que aprender, pero, sobre todo, agradecer, que aunque creamos estar en el camino incorrecto, todo nos ayuda para bien.
No podemos dejar que nos lleve la corriente, porque no fuimos creados para eso, tampoco para imitar conductas o seguir patrones, debemos hacer lo que creamos en nuestro corazón que es lo correcto, no culpemos a la vida y mucho menos a Dios sobre lo que nos pasa, recordemos que junto con la vida nos fue dado el poder de decisión.
Vivamos con la convicción de que son nuestras decisiones y no nuestras circunstancias las que determinan nuestro destino, que una decisión verdaderamente comprometida es la fuerza que cambia nuestras vidas. Se trata de un poder que tenemos todos a nuestra disposición en cualquier momento, siempre y cuando decidamos utilizarlo, así también respetar el poder que tienen los demás para tomar sus propias decisiones de vida, porque de igual manera seremos cada quien, de forma individual, quienes asumamos las consecuencias.
Mercadóloga especialista en Gestión de Proyectos. Capacitadora, motivadora, estratega y analista empresarial.