En el mundo al revés en que vivimos, que sin embargo nos parece parte de la normalidad, suceden cosas tan irrisorias como inquietantes. Los personajes de televisión son presidentes (EE. UU., Guatemala, Ucrania…) y funcionarios (jueces, fiscales, congresistas) quieren ser personajes de televisión. La realidad es cada vez más ficción y la ficción realidad.
Como en la canción de Violeta Parra, El diablo en el paraíso, en donde el hombre se come el pasto y el burro los caramelos, el mundo parece haberse dado vuelta, los funcionarios son encarcelados y los populistas son aplaudidos; los gordos se sienten flacos y los flacos gordos. Los niños y adolescentes educan y mandan a los adultos, como dijera también Benedetti, “desde que los hijos educan a los padres, se acabaron los complejos de Edipo”. Hombres que quieren ser mujeres y mujeres que quieren ser hombres. Se protege exacerbadamente a los animales mientras se desprotege a los semejantes; se pide dejar de usar bolsas, pero se utilizan automóviles.
Ya se sabe, por las noticias, de personas que quieren ser animales, como Tom Peter, el hombre que se cree dálmata; lo siguiente será hombres que quieran ser máquinas y máquinas que quieran ser humanos.
Y suceden más cosas, como las que decía Eduardo Galeano en el libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés. En donde se premia al revés: se desprecia la honestidad y se castiga el trabajo; se recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Aquí se premia al que es astuto y se ve mal al que es honesto, se aplaude al que es incoherente porque hacer reír y se burla del que es coherente porque no se le comprende.
En el arte y la cultura se reconoce lo absurdo y desprecia lo sublime. Se promueve lo vulgar y se demerita lo clásico.
Así que para ver el mundo al revés no es necesario usar un espejo o algún otro artilugio, basta con acercarse a la ventana y poner atención a la realidad.
Y como escribiera Violeta Parra en el último verso, parece que ya nadie tiene cabeza.