Hace algunos días iniciamos el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza, para recordarnos que la vida humana es efímera, en el sentido de que el destino final de nuestra vida está en Dios. Su color propio es el morado, en señal de penitencia y conversión. Inicia con el miércoles de ceniza y termina el jueves Santo.
En Guatemala, este tiempo se caracteriza también por el esplendor de las procesiones, las cuales, en algunos lugares, ya saldrán a las calles aún en tiempos de pandemia. Es una tradición muy bonita. Pero algo que tienen que tomar en cuenta los amantes de las mismas es que, una procesión tiene que estar unida a la vida real y concreta. Cuando una procesión se realiza, pero no se conecta con la vida del hombre y la mujer actual, de nada sirve.
La cuaresma es una oportunidad que tenemos para reflexionar sobre nuestra vida, para evaluar cómo estamos y luego hacer los cambios que sean necesarios a nivel de mente y corazón. Cuando la devoción cuaresmal se queda sólo en lo externo y no encamina a los integrantes de los grupos parroquiales a un cambio de cabeza y corazón, es mejor no hacer nada.
Jesús nos recomienda tres pilares importantes que pueden ayudarnos a vencer los obstáculos que se nos presenten en este camino cuaresmal: el ayuno, la limosna y la oración.
El ayuno cuaresmal no consiste sólo en privarse de algunos alimentos; consiste también en privarse de la difamación, de los chismes, las malas intenciones, la soberbia y la terquedad con la que muchas veces actúan algunos. “El ayuno que quiero de ti es éste, dice el Señor: que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo”, (Is 58, 1-9).
La limosna es compartir con las personas necesitadas nuestros bienes materiales. Pero no hay que dar de lo que nos sobra, sino dar de eso que duela desprenderse, para que reamente nuestra limosna tenga sentido. “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”, (San Agustín).
Un tercer pilar clave para la conversión es la oración. El diálogo profundo e íntimo con Dios hay que intensificarlo en este tiempo de cuaresma. Cuando no se ora, las cruces de la vida se convierten más pesadas. La oración por excelencia es el Padre Nuestro, pero también puede rezar el santo rosario, el viacrucis y la Liturgia de las Horas. A los difamadores y todos los que nos declaran la guerra, se les vence con la oración.
La cuaresma tiene que estar unida a la vida, es decir, las flores, las andas, las bandas, las alfombras, etc., deben conducirle a la conversión. Pero si después de la cuaresma se sigue siendo el mismo patán, corrupto, terco y difamador, no habrá valido la pena haber invertido tanto en procesiones y en otras prácticas propias de la cuaresma. Por lo tanto, haga el esfuerzo de cambiar. No se crea un santo, sino sea de verdad santo. Que la santidad se le note en su forma de actuar.
El tiempo de cuaresma es un tiempo para desprendernos de aquello que no nos sirve para nada. Despréndase de su mala conducta, de sus vicios y malos hábitos. No siga siendo esclavo de su mal genio y de sus complejos de superioridad. No siga siendo esclavo de tantas cosas materiales. Mejor conviértase en esclavo/a del Señor.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.