En una conversación extensa e interesante, con unas amigas debatíamos sobre la importancia y poder que tienen nuestras palabras. Según el escritor del libro de Proverbios, en uno de sus capítulos habla de esto: “la muerte y la vida están en el poder de la lengua”, y estoy completamente de acuerdo.
Nuestras palabras ejercen un efecto negativo o positivo. En cierta ocasión, haciendo un ascenso de montaña, nuestra guía se refirió al nivel de dificultad del trabajo de la siguiente manera: “es exigente pero no es algo que no podamos lograr, así que llegaremos”. Mientras que otra persona opinó: “es sumamente exigente, realmente les costará y existen muchas personas que no lo han logrado”. Decidimos en esta oportunidad escuchar y poner en nuestro pensamiento la primera oración, ya que ésta nos generó entusiasmo y seguridad. Sabíamos que requeriría esfuerzo, pero confiábamos plenamente en que lo lograríamos.
Siendo las únicas criaturas poseedoras de este regalo único y maravilloso, tenemos la responsabilidad de hablar, pero no solo hablar, sino hablar bien. Algunas personas dicen: “soy franco y digo lo que pienso, y no me importa si les gusta o duele lo que digo”. No se trata de no poder expresar lo que pensamos, sino se trata de expresar de manera decorosa nuestro criterio, sin afectar al receptor. Ahora bien, tan necesario es el bien decir como necesario es elegir las palabras o pensamientos que puedan ser emitidos hacia nosotros.
Procuremos por todos los medios, ya sea que hablemos o escuchemos, lo importante es hacerlo bien.