Nuestros niños vienen salvajes, solo hay que civilizarlos.
Cuando un niño nace no sabe diferenciar donde comienza y termina él, a veces piensa que su mamá es extensión de su yo, imagina que su papá, abuelos y todo está a su servicio. Se siente el centro del mundo. Cuando es adulto, comprende que el sol no gira en torno a él. Bueno, hay adultos que siguen con la creencia de que son el centro del sistema solar.
Es deber de los padres enseñarles a los niños y niñas, que no son ni más ni menos que los otros. De que los demás también sienten, piensan y tienen deseos. De que los otros también tienen derechos y turnos donde tienen la prioridad, sobre él y los demás.
Hay niños que crecen agrediendo a sus compañeritos, se aprovechan de ellos y hasta manipulan con amenazas de muerte. Hay padres que se equivocan grandemente al cumplirles todos sus caprichos, en permitirles que abusen y violenten a los demás y esto les traiga recompensa. Así les están enseñando a ser delincuentes, que piensan del otro: “tu dinero me pertenece, de alguna manera se lo vas a dar”.
Un niño así, cree que es clase privilegiada, que sus deseos, ideas y necesidades son más importantes que las de los otros. Sienten una injusticia que no se les complazca, cuando son ellos que con su poca equidad, generan una gran injusticia. Sus sentimientos importan, los de los demás no. Las personas son objetos que están a su servicio.
Una buena forma de ir quitando este egocentrismo, que en un principio es normal, pero que de adulto es patológico, es con los turnos. Por ejemplo, usted abraza al hermanito y el otro niño quiere ser abrazado en ese mismo momento, entonces le dice: “espera, ahora le toca el abrazo a tu hermano, después te tocará a ti”.
También vaya generando sensibilidad ante el dolor ajeno, lo puede hacer con los animalitos, al decirle: “soba suavecito al perrito, porque si lo golpeas le duele”, “saquemos a esta mariquita al jardín para que no se vaya a lastimar”. O cuando su hermano está llorando, preguntarle: “”¿cómo crees que se siente tu hermano’”. Esto le ayudará a ponerse en el lugar del otro.
Si el niño, en un juego, se pasa sobre los derechos de alguien, deténgalo y aléjelo por diez minutos, que no consiga beneficio de ese abuso. Luego invítelo de nuevo a integrarse al juego diciéndole: “puedes volver a jugar, pero respeta las normas”. Si insiste en sobrepasarse, entonces sáquelo de juego, y que se integre hasta más tarde. Respetar las directrices de los juegos les enseña a adaptarse de adultos a la sociedad.
Le dejo la siguiente frase para que reflexione: “Buscando el bien de nuestros semejantes, obtendremos el nuestro”.
Psicólogo clínico con más de 25 años de experiencia, docente universitario, escritor de temas de salud mental para la familia, la pareja y el niño. <strong>YouTube:</strong> Mil tips de Salud Mental y Escalón Infantil <strong>Facebook:</strong> Oswaldo Soto Psicólogo