La vida es llanto, lágrimas y soledad; pero también la vida es alegría, entusiasmo, optimismo, coraje, felicidad y contacto con personas que sabemos nos aman. Hay quienes viven para hacer daño y siempre están buscando la manera de ponerle trampas a sus semejantes; sin embargo, también hay muchísimos que existimos para hacer el bien, sin importar a quien, y vivimos buscando los medios necesarios para construir puentes que nos lleven a destinos jamás soñados, pero que serán fruto del esfuerzo de cada día.
En Guatemala parece que cada día se construyen más muros de odio, envida, soberbia y prepotencia. Posiblemente algunos construyen muros de odio y envida, y no son tan conscientes, pues su misma mediocridad les hace creer que están en lo correcto; otros sí son conscientes de los muros de odio y envida que han construido y siguen construyendo, pero “les vale madre”. Son incapaces de tomar conciencia de que lo que están sembrando hoy, eso cosecharán mañana.
Por lo tanto, los ciudadanos honrados debemos esforzarnos por construir puentes que unan más a los habitantes de este país, y que juntos trabajemos por una sociedad más justa, optimista, positiva y con salud integral. Destruyamos los muros de odio y envida, y construyamos puentes de perdón, solidaridad y respeto mutuo.
Comprendo que no es nada fácil estar en un espacio en donde el único que cree que el sol sale todas las mañanas, y que la montaña se desploma sobre todos, es uno mismo. Es difícil estar con quienes solo pueden ver el punto negro en la pared; con quienes creen que la única realidad es la que por años otros han construido y que por ende, esa es la realidad que hay que continuar viviendo. Lo peor es que las señales, los signos de que las cosas están mal en donde se está son evidentes, pero son incapaces de verlas.
En la sociedad actual hay personas que tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen; tienen corazón, pero no sienten; tienen cerebro, pero no piensan, y cuando a veces piensan, solo piensan tonteras. A veces los errores que se cometen son tan evidentes como el agua cristalina, pero su testarudez les ciega la vista.
Hacen falta guatemaltecos que vean con los ojos del samaritano, quien vio al hombre que había sido asaltado y estaba tirado a la orilla del camino, se acercó y curó de él. ¡Qué diferente fuera Guatemala si así se actuara! Tristemente no es así. Pero no todo es negativo, porque en este país hay hombres y mujeres de todas las edades que tienen un corazón grande para amar, y son sensibles a las necesidades de los más necesitados. Hay personas que en el camino de la vida se detienen, piensan bien y hacen obras de beneficencia.
Démosle un vistazo a nuestras emociones. Ojalá nuestra vida esté siendo gobernada por sentimientos positivos como la felicidad, alegría, entusiasmo y la paz. Estos valores nos permiten estar en armonía con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Por el contrario, la tristeza, la depresión, el desencanto, la frustración y el negativismo nos conducen a callejones sin salida.
Seamos personas ambiciosas, “un cierto grado de ambición es algo absolutamente positivo, en la medida en que nos ayuda a trabajar y a esforzarnos para poder desarrollar nuestras capacidades. Pero la ambición puede convertirse en una cárcel interior de la que a duras penas se puede escapar”, (Anselm Grüm).
En cierta manera es normal ambicionar tener cosas, poder, buena fama; siempre y cuando las cosas y el poder que se tengan hayan sido obtenidos con y por nuestra capacidad de liderazgo, y no por medios oscuros y dudosos. Cuando la ambición se convierte en un fin en sí mismo, es un peligro. Nunca faltan personas que por la ambición que tienen, se llevan a cuantos encuentran en el camino con tal de lograr sus fines. Son más maquiavélicos que el propio político italiano, para quien el fin justifica los medios.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.