La incertidumbre bajo la cual estamos viviendo en Guatemala es gigantesca. En realidad, ya no es un día a la vez de aquí al 20 de agosto, sino una hora a la vez, porque el pacto de corruptos no descansa ni una hora tramando cómo seguir atacando y debilitando el ya frágil sistema democrático en Guatemala.
Me pregunto, cómo los integrantes de este pacto de corruptos pueden llegar a su casa y compartir con su familia sabiendo que son los personajes más odiados por los guatemaltecos. Creo que todos tenemos una conciencia, la cual nos advierte lo que es bueno y lo que es malo; pero he llegado a dudar si éstos tales la tienen. Porque si la tuvieran, hubiera ciertos indicios de coherencia y de respeto al Estado de Derecho.
Los que están metidos en este grupo de corruptos, deberían de pensar en su familia, y, sobre todo, en sus hijos. Están manchando sus nombres y apellidos. Los hijos de quienes están metidos en situaciones de corrupción sufrirán, más adelante, las consecuencias de las malas decisiones de sus padres.
¿Cómo pueden dormir tranquilos sabiendo que todo el día se la pasan armando trampas en contra del Tribunal Supremo Electoral y del Movimiento Semilla? Deberían de pensar que hoy están en donde están, pero que a mediano y largo plazo otros ocuparán sus lugares en estas instituciones del Estado, porque “a todo coche le llega su sábado”. Definitivamente la ambición y la codicia a los bienes materiales les cegó los ojos y son incapaces de percibir el desastre en el que han convertido a Guatemala. Son incapaces de oír la voz de pueblo que les dice que sus acciones son perversas.
Muchos de ellos son cristianos, y creen que tenemos un cuerpo y un alma. Saben que el cuerpo se convierte en tierra, pero que su alma vivirá en la eternidad, ya sea con Dios o con el diablo. Esta estructura corrupta debe estar consciente de que tarde o temprano pagarán en su propia vida, cada una de las acciones injustas que ahora están haciendo desde sus puestos de trabajo. Su justicia es injusta, pero la justicia divina siempre es justa con quienes hacen su voluntad en la tierra. Dios tarda, pero no olvida.
El santo Hermano Pedro decía: “acordaos hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos”. Y el cielo o el infierno se gana en esta vida. Al final de nuestra vida vamos a ser juzgados no tanto por las cosas materiales que tengamos, sino por las obras de amor y misericordia que hayamos hecho en beneficio de los demás. San Juan de la Cruz nos recuerda: “en el ocaso de nuestra vida seremos examinados en el amor”. En ese paso entre la muerte y la vida eterna, el Señor no nos examinará en cuanto a cuántas casas, cuántas cuentas bancarias tengamos; sino que nos preguntará cuánto amamos al prójimo. Por lo tanto, toda persona que hace el mal, debería estar consciente de esta realidad. Al final de nuestra vida recibiremos un premio por ese legado positivo que hayamos dejado en la memoria de nuestros pueblos. A un juez Dios no le preguntará a cuántos metió a la cárcel, sino cuánto amó y cuán justo fue con los casos que le llegaron a su despacho. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo”, (Lv 19, 15). Que Dios tenga misericordia de Guatemala y pronto pueda ser liberada de este sistema de esclavitud al cual está siendo sometida por ciertos organismos del Estado.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.