Durante los primeros años de vida se forma en todos nosotros una herida. Es una herida, que, si no se trata con seriedad, nos puede arruinar toda la vida. Esa herida que se forma en nosotros se debe: al exceso de amor por parte de los padres o bien a la falta de amor por los mismos padres. Esa falta de amor se manifiesta en reacciones desproporcionadas, baja autoestima, compulsiones y una falsa imagen de Dios.
La mayoría de las personas camina en la vida con esa herida sin sanar. En cualquier momento se pasa a raspar esa herida, y automáticamente se conecta con su pasado y sufre; sufre en sí mismo y hace sufrir a los demás. Por eso es tan importante tratar de sanar esa herida causada en los primeros siete años de vida. No es nada fácil. Pero si no lo hacemos andaremos en la vida con complejos de inferioridad o complejos de superioridad, arruinando nuestra vida y la de los demás.
Reconciliarse con ese pasado, integrar ese pasado, le permitirá amar más y mejor en estas cuatro dimensiones del amor, impartidas por Mons. José David Henao en los Ejercicios Espirituales recién concluidos hace algunos días:
La primera dimensión tiene que ver con nuestra relación con la creación. Es clave relacionarnos de una manera sana con la creación que hemos recibido gratis de Dios. Amar la creación consiste en ser más benevolente con la creación. Las grandes empresas tienen que buscar la manera de amar la creación evitando cualquier daño posible a la misma, e invirtiendo en la reforestación o en algún otro proyecto de beneficio para la creación. Usted y yo podemos expresar nuestro amor a la creación no dejando tirada la basura por donde se nos antoje. Como dice el Papa Francisco en la Laudato Si: “La tierra, nuestra casa común, parece convertirse cada vez más un inmenso depósito de porquería”, (No. 21).
La segunda dimensión se refiere a la relación con nosotros mismos. El amar la naturaleza implica una auténtica renovación de la persona humana; y una persona se renueva, si realmente se ama. El amor a uno mismo es esencial para amar la creación. ¿Usted se ama? Cuando una persona se ama, jode menos. Un síntoma visible de las personas que no se aman, es que siempre andan como moscas llevando y trayendo chismes y porquería de un lado a otro. Como no se aman, entonces viven metiendo su nariz donde no deben.
Una tercera dimensión del amor es la relación con los otros. Por eso dice el mandamiento: “amarás a tu prójimo como a ti mismo, (Mt 22, 39). Ame a los demás sin medida. No importa como le traten, lo que importa es que usted los ame tal y como son. Recuerde que usted nunca podrá cambiar la vida de los demás. El reto para nosotros es aprender a amar a los demás, así como son.
Y la última dimensión del amor tiene que ver con nuestra relación con Dios. ¿Cuánto ama usted a Dios? ¿Lo ama como Él le ama? Si usted se ama así mismo, ama la creación y ama a los demás, automáticamente ama a Dios. Amar a Dios implica esforzarse por hacer acciones que reflejen a Dios mismo. La peor barrera para amar a Dios es el pecado, el cual nos aleja automáticamente de Dios.
De ahí la importancia de la voluntad libre. Hacer un buen uso de la libertad es elegir el camino que me conduzca a Dios. Las tentaciones están siempre a la orden del día; somos libres para tomarlas o dejarlas ir. Para vencer el pecado, lo que tenemos que hacer es reconocernos pecadores y sentirnos necesitados de la gracia de Dios. El maltrato a la creación, a los demás y a nosotros mismos es un síntoma de que no amamos a Dios, autor de cuanto existe en el universo. Nunca es tarde para comenzar a amarnos, amar a la creación, amar al prójimo y amar a Dios.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.