Corrige al niño y no tendrás que castigar al adulto.
Si un auto se está saliendo de la carretera, hay que corregir el rumbo, si no las consecuencias pueden ser desastrosas. Lo mismo con los hijos. Un autor desconocido decía, los hijos son pequeños salvajes que hay que civilizar. Cuando vienen a este mundo no saben saludar, comportarse en sociedad y mantener el orden y limpieza.
Los padres son los principales actores en corregir el comportamiento. Sin embargo les oímos decir: “que lo corrijan en la escuela, el psicólogo o el policía”. Se desentienden de la gran responsabilidad que adquirieron al traer a un hijo al mundo, y confían en el de seguridad del antro que les va a evitar que se emborrachen, que se den a golpes o que tengan sexualidad desenfrenada.
Ser padre o madre es una tarea de 24 horas al día. La presencia es indispensable. Al ojo del amo engorda el ganado, dice el refrán. Lamentablemente hay padres que se van lejos a trabajar y solo envían dinero, intentando con eso sustituir su presencia. Y cuando regresan, sus hijos e hijas se han descarriado. No se vale tener éxito en la vida y fracaso en la familia.
Para corregir el comportamiento los padres deben ser firmes y consistentes. Lo que significa que antes de decir “sí” o “no”, deben pensar las razones y luego mantener su palabra. “Que tu sí sea un sí, y que tu no sea un no” dice otro dicho. Sin embargo hay padres que dicen enérgicamente “no”, y al ratito están diciendo “sí”.
Les cuesta mucho ser determinados. De esa manera echan a perder la disciplina en la familia. Los hijos aprenden a transgredir las reglas de la casa, lloran, prometen, se hacen los enfermos… con tal de conseguir cambiar el “no” inicial. Los padres así les están enseñando a ser tramposos, desobedientes, chantajistas.
Los padres deben ser enérgicos en las conductas aceptables y las inaceptables. La conducta debe ser marcada de forma clara y concisa. Y si el niño, a sabiendas desobedece, entonces recibirá un castigo, perdiendo por un tiempo algo que a él le gusta. Por ejemplo, si desobedece en sentarse a la hora exacta de hacer las tareas, entonces se le quita la pelota por un día.
La diferencia entre un padre enérgico y un padre violento, es que el enérgico marca un límite preciso y no permite que el hijo lo rebase. El violento se descuida, luego en su desesperación lastima la autoestima. Es un erróneo intento de recobrar con agresión el control que él mismo se sabotea, por ser permisivo.
Los padres son los que mandan, no los hijos. Un hijo debe obedecer a su padre y a su madre, a excepción que las órdenes sean destructivas. Un hijo no manda a su hermano, pues es su igual. Lamentablemente hay padres que delegan su autoridad y responsabilidad sobre el hijo mayor, haciéndole daño a él y a los demás niños.
Si los padres se separan, es el padre que se queda a vivir con los niños el que tiene mayor potestad sobre ellos, pero es sumamente importante que se pongan de acuerdo, para ser congruentes en las directrices.
Así es que manténgase despierto y vigilante para corregir oportunamente el comportamiento erróneo de sus hijos, y solo pospóngalo si usted está muy enojado, que el lugar de corregir puede dañar. Le dejo la siguiente frase para que reflexione: “No te peguntes ¿qué mundo vas a dejar a tus hijos? sino ¿qué hijos vas a dejar al mundo?”.
Psicólogo clínico con más de 25 años de experiencia, docente universitario, escritor de temas de salud mental para la familia, la pareja y el niño. <strong>YouTube:</strong> Mil tips de Salud Mental y Escalón Infantil <strong>Facebook:</strong> Oswaldo Soto Psicólogo