La vida humana es una sumatoria de pequeños detalles. Desde la concepción comienza una aventura que termina con la muerte física. Se cree que el niño en su espacio de comodidad intrauterina se siente tan bien, que no quiere nacer. Sin embargo, para poder experimentar esta vida, tiene que morir a esa etapa prenatal, y dar el paso a esta vida en la que ustedes y yo estamos.
Una vez estando en esta etapa, fuera del vientre materno, comienza una nueva aventura de vida. Uno se aferra a la vida propia y a la de los demás seres queridos y uno no quisiera que nada les pasara. Nos gustaría, en algún momento, no experimentar la realidad de la muerte. Sin embargo, de esta realidad, nadie se librará, porque es parte de la vida.
Yo creo en la existencia de una vida eterna después de esta vida. ¿Cómo es? No lo sé. Lo único que sé es que existe. Pero para poder vivirla hay que morir, físicamente hablando. Por lo que hay que aprovechar las oportunidades que tenemos en esta vida para ganarnos esa vida eterna. Mientras tengamos la dicha de estar vivos, no desaprovechemos los espacios que tenemos para influir positivamente en la sociedad de la que somos parte.
La vida humana es corta y efímera. Hoy estamos y mañana ya no. Quienes hemos experimentado la muerte de algún ser querido durante este último año, sabemos qué se siente. Y lo único que le queda, a quienes nos quedamos en el mundo, son los recuerdos de esos momentos de sufrimiento y alegría que juntos pasamos. No es nada fácil.
Por lo tanto, reflexione sobre su propia vida. ¿Qué está haciendo con ella? ¿Cómo la está viviendo? Para quienes aún siguen jugando con su vida y la de los demás, piensen si está en lo correcto o no. No se vale vivir para hacer daño, para hacer sufrir a quienes no lo merecen. Trate de ordenar y disciplinar su vida. Ponga los pies en la tierra, razone sus sentimientos y use el resto de años que le quedan para ser feliz y hacer felices a sus seres queridos.
El odio y la envidia no nos ayudan a estar en paz. Utilice su vida, para amar en las buenas y en las malas a quienes la vida le ha puesto en su camino. Porque la vida es breve. Y más aún, con este pequeño virus que está haciendo de las suyas, hoy estamos y mañana quién sabe.
¿Qué está haciendo para dejar huella en este mundo? ¿Cómo quiere ser recordado? Si todos los seres humanos aprovecháramos los dones que hemos recibido de Dios para trascender e influir positivamente en la sociedad, ¡otro galla cantara! La sociedad fuera distinta. Luche por tener una buena autoestima, no tenga miedo de amar y de sentir. Que el “qué dirán” no le impida dejar huella en donde está.
“No podrás impedir que la melancolía sobrevuele tu cabeza, pero sí tratar de lograr que no anide en ella”, (proverbio chino). Es imposible evitar que el sufrimiento, el dolor y cualquier otro problema afecte nuestra mente; sin embargo, no debemos permitir que sentimientos negativos y depresivos, hagan su morada en nosotros.
Soñemos con ser mejores personas y en hacer mejores a los demás. Soñemos en un mejor país, en una mejor iglesia. Que nuestra esperanza no se muera, porque “el más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”, (Federico García Loarca). El don de la existencia se nos ha dado para hacer de los problemas, de los fracasos, del sufrimiento y de los sinsabores de la vida, nuevas oportunidades para demostrar que hemos nacido para dejar un legado indeleble en la historia de la humanidad.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.