De tanto vagar por la vida por un sueño, me olvidé de vivir.
Por querer que nuestros hijos triunfen en la escuela, les estamos quitando sus momentos felices de infancia. Por querer que ellos sean los primeros en matemáticas, los estresamos a tal punto que odian los números. Por querer que sean los destacados, pierden la armonía social con sus compañeritos. Es una competencia malsana, enfermiza, que incluso les aleja del éxito en la vida.
Portar la bandera, resulta se un orgullo, pero para los padres. Algunos progenitores presumen a sus hijos e hijas, como que fueran un trofeo, una mercancía, donde se destacan las cualidades. Una jactancia de superioridad, de supremacía que les termina aislando.
Hasta les ayudamos a hacer las tareas con la intención de que salgan perfectas. Un perfeccionismo sufrido, que al final, de adultos fracasan. Una obsesión que amarga al estudiante, al docente y a todos. El compromiso con el éxito, nos lleva a ser tramposos, ansiosos y antipáticos.
Un compromiso que hace que el error, sea una catástrofe. A tal punto que importa más la materia que la persona. “Si tienes éxito, te quiero. Si tienes fracaso, ni me hables”. Así es un amor condicionado. En sociedad les aplaudimos cuando ganan y les regañamos cuando pierden. Cuando se equivocan se dan cuenta que han sido usados como un objeto. Cuando aciertan se endrogan con la presunción, como todos unos adictos. Como que la felicidad dependiera de los aciertos.
Les impedimos fracasar, haciéndoles intolerantes al error. Pero si el error es parte del aprendizaje. Se aprende más de los errores que de los aciertos. Además, todos nos equivocamos, lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo… es la realidad. Además, todos tenemos algo para lo que somos buenos. De eso se trata el aprendizaje cooperativo, en que todos compartan sus talentos diferentes, y el aprendizaje competitivo, en que alguien destaca y humilla a los demás.
Analicémonos cada noche, antes de dormir, cuantas estupideces hicimos en el día, nos sorprenderemos que acumulamos tantas tonterías que no sirven para nada, o de repente sirven para hacernos daño. Pero si la vida es muy simple. Le dejo la siguiente frase para que reflexione: “¿De qué te sirve correr, si vas por mal camino?”.
Psicólogo clínico con más de 25 años de experiencia, docente universitario, escritor de temas de salud mental para la familia, la pareja y el niño. <strong>YouTube:</strong> Mil tips de Salud Mental y Escalón Infantil <strong>Facebook:</strong> Oswaldo Soto Psicólogo