A todos creo, en algún momento de la vida, nos gusta llamar la atención, se nos sube el ego a la cabeza. Pero hay seres humanos a quienes sí se les sube el “ego” hasta el cielo; este ego les hace creer que como ellos no hay nadie. Se creen indispensables y “sabelotodo”. A lo largo de mi vida me he topado con personas así. Supongo que usted también.
Los extremos nunca sirven. El complejo de superioridad y el complejo de inferioridad no son sanos en nuestra vida. No existe nadie que lo sepa todo, pero tampoco existe nadie que no sepa nada. Para aquellos que se creen unos pavorreales, les recomiendo poner los pies en la tierra, porque tarde o temprano la vida misma se encarga de devolvernos lo que le damos. Un pavor real es hermoso de frente, pero por atrás no es lo que aparenta.
También, a lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas con un complejo de inferioridad espantoso. Creen que no son capaces de nada y que no sirven para nada. Hay que tener mucho cuidado, porque una persona con un complejo de inferioridad puede llegar a creer que su vida no vale nada, porque no es capaz de nada.
Cuando alguien con un complejo de superioridad se encuentra con alguien que padece un complejo de inferioridad, la humilla, la ridiculiza y se burla de ella. Para quienes padecen este complejo de inferioridad, tomen en cuenta que los pavorreales les llegarán a hacer daño hasta donde ustedes se lo permitan. Sépanlo bien: nadie es tan inteligente, que lo sepa todo; ni nadie es tan tonto, que no pueda nada.
Los hombres y las mujeres, con una buena autoestima y una personalidad agradable, no tenemos que preocuparnos de nada. Un ser humano con una personalidad equilibrada y con una buena dosis de inteligencia emocional, sabe que los que se creen indispensables tarde o temprano la vida les dará lo que ellos le dieron. Quienes somos “normales” tenemos la esperanza de que los que han sido humillados y pisoteados por los insolentes, tarde o temprano, llegarán a creer que sí pueden y que sí son capaces de transformarse en mejores personas.
Alfred Adler (1870-1937), médico y psicoterapeuta austriaco, afirma que el complejo de superioridad es un mecanismo de compensación para ocultar sentimientos de inferioridad. Es decir, que detrás de una persona que se cree superior a los demás, generalmente hay una enorme inseguridad personal.
Como he mencionado más arriba, quienes padecen este complejo de superioridad comúnmente asumen un comportamiento arrogante, y sienten la necesidad de que los demás validen lo que dicen. En el fondo, estas personas sufren. Y tienen que estar seguras de que los demás van a estar con ellos. Es indispensable para ellos que los demás le diga que Sí. En lo más íntimo de estas personas hay un miedo exagerado a que les digan que NO.
Se espera que quienes padecen de este complejo psicológico, tarde o temprano, pongan los pies en la tierra y comprendan que no son dioses, sino personas inseguras y con muchos miedos. Y para quienes sufren los estragos de los arrogantes y soberbios, “paciencia empática”.
Y esto no es nada nuevo. Recordemos al fariseo y el publicano en el templo. El fariseo creía que como él no había nadie. Que no era como ese publicano. Nosotros, en cambio, digamos como el publicano: ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador, (Lc 18, 9-14). Nunca olvidemos que todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.