Aristóteles afirma que el fin de una sociedad es que quienes la habiten vivan felices. Pero con la descomposición social que actualmente se vive, es muy difícil ser felices y caminar en la vida por caminos sanos que le ayuden al ser humano a estar en paz consigo mismo, con los demás y con Dios.
La semana recién pasada, en el Retiro Espiritual Anual de los sacerdotes de la Arquidiócesis de Quetzaltenango-Totonicapán, se nos refrescó la memoria sobre algunas virtudes clave en el desempeño de nuestro ministerio sacerdotal y trabajo pastoral, siendo Cristo el modelo a imitar.
Una de las primeras armas para ser felices y para ser santos en la sociedad actual es la oración. La oración es la respiración del alma; porque al exhalar, expulsamos el aire enrarecido (preocupaciones, inquietudes, ansiedad, activismo, vanidades, afectos no sanos, pesimismos) e inhalamos el oxígeno limpio que revivificará nuestro organismo. Con la oración purificamos el alma. Este diálogo que hay que tener con Dios, es un instrumento que todos (consagrados y laicos) debemos implementar en nuestra vida; sin ese diálogo de amor con Dios es imposible encontrarle sentido a las contrariedades de la vida.
Se hizo énfasis en que Cristo sacerdote es modelo de amor célibe y de madurez afectiva. Considero que tanto sacerdotes como laicos debemos pedirle a Dios la gracia de una vivencia madura y sana de nuestra sexualidad. Somos humanos y estamos inclinados al mal, pero también, tenemos la capacidad racional y la voluntad de mejorar en este aspecto cada día. San Agustín de Hipona dice que Dios nos ha creado para “amare et amari”,para amar y ser amados. Un hombre, una mujer, sin amor es un cadáver viviente. El amor da juventud a nuestra vida. Lo importante es saber a quién amamos y cómo amamos (Las Confesiones).
Otra arma que nunca debe ausentare en la vida de los cristianos (consagrados y laicos) es la obediencia. El modelo es Jesús: bajó con ellos y les estaba sujeto, (Lc 2, 51). Abundan en la historia bíblica ejemplos de hombres desobedientes (Adán y Eva) y obedientes (Abraham y Moisés). Esta virtud es esencial para ser buenos cristianos; y debe inculcarse desde el seno de la familia a los hijos.
Y ante esta cultura consumista, es fundamental en nuestra vida la virtud de la pobreza. La codicia, la avaricia, el deseo de poseer y acumular bienes es una tentación a la orden del día, no solo de los sacerdotes, sino de todos en general. Un ejemplo clarísimo es el ansia de poder de algunos políticos para enriquecerse a costillas del pueblo. El 18 de noviembre de 2016 dijo el Papa Francisco “el corazón apegado al dinero es un corazón idólatra”.
Por último, una virtud que todos debemos llevar en el bolsillo o en la cartera es la humildad: “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”(Mt 11, 29). La humildad se traduce en sinceridad, aceptación de sí mismo, coherencia, autenticidad y transparencia, (Rivero, A.). “La humildad es andar en la verdad delante de la propia verdad (Teresa de Jesús).
Entonces, si queremos ser santos, tenemos que hacer oración, vivir la castidad, ser obedientes, practicar la pobreza y ser humildes. El modelo de estas virtudes es Cristo. Todos estamos heridos por el pecado; y aquel que esté libre, que tire la primera piedra. Pero tenemos medios de santificación que, paso a paso, nos conducen a esa meta definitiva que es estar en la presencia de Dios.
Siempre tengamos presente que “solo los santos cambian la historia. La santidad es la vocación propia de todos los cristianos”, (Garza, L). Que Dios nos conceda la gracias de la transformación interior.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.