El informe a la UNESCO de la Comisión Internacional para la educación en el siglo XXI, presidida por Jacques Delors, titulado “La Educación encierra un tesoro”, menciona los cuatro pilares de la educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Todos estos pilares de la educación son importantes, pero sólo me quiero referir al tercero: aprender a vivir juntos. Creo que es un desafío en la sociedad actual, aprender a vivir con los demás.
“En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera conde la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. Porque una cosa es sentirse obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay que buscar y cultivar juntos, (Fratelli tutti, No. 31).
La vida comunitaria, la vida en común en una familia y en cualquier otro espacio de la sociedad humana no es fácil. Fácil es construir muros y crear cismas que nos distancien cada día más. El papel de la primera formadora es importante para que aprendamos a vivir juntos. Para “vivir juntos” es indispensable conocer al “otro” en todas sus dimensiones. Y el “otro” debe también aprender a tratarnos como verdaderas personas y no como un objeto cualquiera.
¿Cuáles podrían ser esas semillas de la vida común para aprender a vivir juntos? Una primera semilla es el conocimiento personal. No aprenderemos a vivir juntos mientras no se conozca al otro con sus virtudes y defectos. El conocimiento de mi mismo y del otro nos permitirá descubrir las necesidades de quien vive a mi lado. Ese descubrimiento de las necesidades del otro, despertará en mi ser la necesidad de escucharle y estar dispuesto a apoyarle en las buenas y en las malas.
“Aprender a vivir juntos” es un reto en las parejas, en las familias, en las comunidades religiosas y parroquiales y cualquier otro grupo humano. nunca falta alguien que quiera imponer sus ideas y sus criterios y le vale madre lo que el otro piense o sienta. El desconocimiento del otro, el no saber quién realmente es el otro, hace que las relaciones interpersonales en los diferentes espacios comunitarios se vean constantemente amenazadas por la violencia verbal, psicológica y hasta física. El no saber vivir con los demás, destruye sueños, ilusiones y proyectos.
Vale la pena caer en la cuenta de que “cada persona debe sentir el compromiso con los otros, el compromiso interpersonal que obliga a la comunicación, a la autorrevelación de su personalidad, de sus riquezas y limitaciones, de sus expectativas y de sus realidades. El ser humano es por naturaleza un ser social, un ser-con-los-demás”, (Fritzen, 1999, pág. 63). Es triste verse obligado a vivir solo y aislado por no tener la capacidad de vivir juntos.
Para vivir juntos es necesario conocer al otro, respetar su forma de pensar y actuar, aceptar que el otro tiene cualidades que yo no tengo y que pueden ser puestas al servicio de los demás. Aprender a vivir juntos implica tomar conciencia de que soy diferente y el otro es diferente por su cultura, su idioma y las costumbres propias que asimiló en su familia. Para aprender a vivir juntos es esencial dejar en libertad al otro, dejar que sea él mismo; y no el que yo quiero que sea. Cuando la humanidad entera aprenda vivir con los demás, viviremos en una sociedad más plena y feliz. La vida en común construye puentes. El rechazo y la marginación del otro construye muros y cismas que con el tiempo congelan las relaciones humanas por doquier.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.