Los sucesos ocurridos el seis de enero de 2021 son propios de una “república bananera”, así fue la expresión usada por George Bush para referirse al uso de mecanismos de violencia e intimidación para lograr un objetivo político. Lo anterior podría ofendernos, pero no hace falta viajar mucho en la historia para recordar que acaba de pasar el 21 de noviembre de 2020 en nuestro propio Congreso, donde un grupo de jóvenes insatisfechos por como se ejerce la política en Guatemala, decidió atacar el edificio del congreso destruyendo a su paso patrimonio nacional.
Justo como en el caso de los Estados Unidos, los individuos no actuaron solos. Fueron incitados por diferentes mecanismos: redes sociales, grupos de activismo, asociaciones civiles, chats, etc. ¿La diferencia?, en Guatemala no apareció un gran líder detrás incitando a usar la fuerza, o “luchar” por la democracia. Por supuesto que no. En Guatemala tenemos décadas de práctica y sabemos que eso no se hace porque nos podrían involucrar directamente. Por eso acá se escudan en que fueron los miembros de cualquier asociación civil o estudiantil, o “miembros del colectivo X”; se tapan con la chamarra de la libertad de expresión, del legítimo derecho a manifestar y ahora del derecho constitucional a la desobediencia civil, ¡por favor!
Pero en Estados Unidos no fue así. Durante la mañana del seis de enero, estuve atento a la retransmisión en vivo de la “Marcha Salvemos América”, donde armaron una tarima como si en campaña anduvieran. Hablaron varios personajes, entre ellos Madison Cawthorn (un joven representante en silla de ruedas) y Rudy Giuliani (ex alcalde de Nueva York y abogado personal de Trump), quienes lanzaron discursos incendiarios en contra del establishment, los medios de comunicación, y los políticos republicanos que no objetaran los resultados electorales durante la sesión que se llevaba a cabo en el Capitolio. “¡Que nos escuchen!”, gritó Cawthorn, mientras al unísono él y los manifestantes coreaban “U.S.A.!, U.S.A.!”.
La guinda en el pastel la colocó el mismo Trump quien, durante su discurso, incitó al descontento a los manifestantes recordándoles sobre el “fraude” y como ellos “nunca concederían la victoria a sus oponentes”. Además les dijo que no debían dejarse, que había que demostrar a los políticos del capitolio su descontento, y que si querían conservar su país tenían que “luchar con todo”. El resto es historia, todos vimos como asaltaron el capitolio por la fuerza, golpeando policías, lanzando gas pimienta, destruyendo barricadas, escalando muros, quebrando puertas y ventanas. Algunas fuentes mencionan que se escucharon disparos y que los manifestantes iban armados. Al final del día, cuatro personas murieron.
En nuestra eterna primavera se habla de la destitución del Ministro de Gobernación tras los incidentes del 21 de noviembre; el siguiente nivel político sería el Presidente. Pero acá es Guatemala. Nadie nos mira como país adalid de la libertad, ejemplo de la democracia y los valores republicanos. Por lo anterior, Estados Unidos debe poner ejemplo y procesar a Trump.
Muchos dirán que apenas quedan dos semanas para que Trump entregue el poder, que lo dejen en paz, que ya para qué. Pero eso sería en Guatemala. Los políticos estadounidenses deben crear un precedente a una acción sin precedentes: un intento de Golpe de Estado en suelo americano, acaecido al boicotear por la fuerza el acto constitucional de recuento de votos y certificación de los resultados electorales para elección de Presidente y Vicepresidente.
Lo anterior constituye un ataque frontal a la democracia, la república, el estado de derecho y la Constitución. Sinceramente, si a Trump no lo sacan (por razones de tiempo se me ocurre), debe renunciar, solo eso podría limpiarle un poco la cara. Y si no pasa ninguna de las anteriores deberá ser procesado en el corto plazo, y si aún eso no pasara (lo cual dudo), puedo asegurarles que será recordado como el peor presidente de la historia de los Estados Unidos de América.