Todos tenemos una agenda, un horario para cada día. A eso que hacemos todos los días: levantarnos a tal hora, el aseo personal, ir al trabajo, regresar del trabajo, etc., se llama “vida cotidiana” o “vida ordinaria”. La vida cotidiana es un reto todos los días, porque el hacer lo mismo cada día puede generar en nosotros una especie de tedio o cansancio, lo cual no es propicio para nuestra salud física y psicoespiritual.
¿Qué hizo hoy antes de leer esta columna? Eso que hizo vale la pena y le da sentido a su vida; y hay que seguirlo haciendo cada día más con más intensidad y pasión. A eso que hacemos todos los días hay que ponerle entrega, dedicación y pasión. La vida cotidiana sin motivación nos conducirá al síndrome de Burnout, es decir, el síndrome del trabajador quemado.
La vida cotidiana acompañada del Síndrome del trabajador quemado es lo peor que nos puede pasar. No hay que permitirlo, porque tarde o temprano tendrá efectos en nuestra propia vida. A la monotonía hay que inyectarle alegría y entusiasmo, de tal manera que se disfrute lo que incluye la vida ordinaria.
La vida cotidiana está ahí, no cambia; los que tienen que cambiar somos nosotros los sujetos pensantes. Por ejemplo, en el caso de nosotros los “sacerdotes” tenemos, dentro de nuestra vida cotidiana, la celebración de la Eucaristía. Y los domingos, algunos tenemos hasta cuatro o seis misas. Los sacerdotes tenemos que hacer el esfuerzo por celebrar cada misa como si fuera la primera, la única y la última misa. Esa automotivación nos permite disfrutar cada celebración. Y lo mismo les ha de suceder a ustedes los laicos.
Esta vida cotidiana la podemos suspender por unos días. A esa suspensión temporal yo le llama “vacaciones”, “convivio” o “día libre”. No todos podemos darnos el lujo de tener un “día libre” a la semana; no todos tenemos la dicha de salir de “vacaciones”, y no todos tenemos la oportunidad de tener un “convivio” por uno o dos días. Sin embargo, es importante suspender temporalmente eso que se hace todos los días, para hacer algo diferente.
Dios no se enojará ni le castigará si deja de hacer por un par de días lo que siempre hace. Este es el sentido de dar vacaciones a los trabajadores, normalmente, a fin de año. Y para quienes tenemos algunos trabajadores en nuestras instituciones, hay que darles sus prestaciones, los feriados oficiales y las vacaciones anuales. Usualmente son dos semanas hábiles. Todos merecemos cambiar de actividades de vez en cuando. Y para quienes nos dedicamos a la vida consagrada no pasará nada si un día no rezamos Vísperas o Laudes.
El cuerpo y la mente se cansa, por lo que vale la pena descansar de vez en cuando suspendiendo por un breve tiempo “la vida cotidiana”. Esa es mi sugerencia para estas últimas semanas del año. Dedíquese un tiempo a usted mismo. Siempre pensamos en los demás y ¿Nosotros? Ojalá estemos dispuestos a dedicarnos un poquito de tiempo, para llenarnos de energía.
Y cuando haga ese pequeño espacio para sí mismo, no se olvide de Dios. La salud, la encontramos en la naturaleza misma. Sus ríos, lagos, volcanes, el mar y las montañas son una expresión de la grandeza de Dios. Y esos procesos de introspección que hacemos cuando estamos en algún lugar de la naturaleza nos ayudan a no ahogarnos en un vaso de agua.
En conclusión, haga de su vida ordinaria algo extraordinario, y de vez en cuando, suspenda esa cotidianidad para cargar las baterías de la autoestima, de la creatividad y de ese deseo de trascender para dejar un legado positivo en la memoria de nuestros pueblos.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.