Por Carlos Barrio
Parece más que evidente el hecho que, esta pandemia está cambiando nuestro mundo. El desplome en los precios del petróleo es solo la punta del iceberg de lo que está sucediendo a nivel mundial. Los efectos devastadores sobre la economía mundial son más intensos que los sufridos durante la crisis financiera del año 2008, y está por demás decir que los países latinoamericanos no serán ajenos a ellos. Esta crisis es histórica.
Los efectos económicos son latentes, pero también los daños que se prevén en el mediano plazo sobre la salud de las personas a nivel mundial que es el esencial bien público universal. Con una clase trabajadora debilitada y, en consecuencia, una sociedad afectada por la enfermedad ataca a la economía desde diversos flancos: la crisis empeora nuestras ya deterioradas economías, nos afecta tanto del lado de la oferta como de la demanda (no hay quien compre, ni hay quien produzca), previendo la caída de precios en todos los productos no esenciales.
La salud de las personas también plantea la posible interrupción de las cadenas de producción, afectando de forma directa al comercio a nivel mundial. Guatemala, por ejemplo, ha solicitado el cierre de todos los comercios e industrias de productos no esenciales y aunque se han cerrado nuestras fronteras para cualquier persona que no sea ciudadano guatemalteco (y otras excepciones como el personal diplomático), el comercio y el tráfico de bienes no han parado.
Lo anterior no significa que la economía no haya sufrido. Los importadores de productos a Guatemala pueden observar como la compra de sus mercancías se ha visto ralentizada. El clima de incertidumbre desencadena en falta de confianza, y la desconfianza a su vez crea en el ciudadano la actitud de guardar su circulante. Las personas no gastan, no consumen, no se realizan inversiones, los negocios cierran sus puertas, la gente no sale a la calle. Hay miedo.
Este miedo es nuestro gran enemigo. Es un miedo justificado, como no. Todo aquel ciudadano que se precie, va a anteponer la vida y salud de sus familiares a cualquier bien material. Vemos la preocupación de la población en que existan medidas fuertes y que la ley de orden público se haga cumplir. Son pocos los que abogan por el libre mercado y los sectores productivos; primero es la vida. No obstante, eso tendrá sus consecuencias, y repercusiones graves en el mediano plazo.
En resumen, la contracción del producto interno bruto podría llevar a que el desempleo crezca y esto provocaría el aumento de la pobreza y pobreza extrema; lo anterior se convierte en más desnutrición y eso a su vez en más muerte. El futuro es obscuro. ¿Estamos condenados?