El Domingo de Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Ese día marcó el comienzo de su última semana sobre la tierra. En ese domingo especial recordamos que Jesús estuvo dispuesto a ir a Jerusalén, aun cuando sabía que allí sufriría hasta la muerte. ¿Por qué lo hizo? Por amor a cada uno de nosotros, «para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:17-28).
El relato bíblico está en Mateo 21:1-11; Marcos 11:1-11; Lucas 19:29-44 y Juan 12:12-19. Nos dice que cuando Jesús y sus discípulos se acercaban a Jerusalén, Jesús pidió a dos de sus discípulos que fueran a una aldea a buscar una asna atada y un pollino que estaba con ella. Les dio instrucciones claras para que pudieran encontrar a los animales sin problemas. Cuando los discípulos regresaron con los animales, colocaron sus mantos sobre el pollino y Jesús se sentó encima.
Jesús y sus discípulos no estaban solos en el camino de entrada a Jerusalén. Ellos se encontraban entre una multitud de personas que venía a celebrar la Pascua allí. La multitud vio a Jesús sentado sobre el pollino y sobre los mantos de los discípulos. Muchos colocaron sus mantos y ramas de los árboles sobre el camino para que Jesús pasara. Esto había sido profetizado por los profetas del Antiguo Testamento al hablar sobre el Mesías (Isaías 62:11, Salmo 118:25-26 y Zacarías 9:9).
¿Por qué la multitud colocó sus mantos y palmeras sobre el camino? El pueblo de Israel esperaba al Mesías como libertador político, no como libertador espiritual. Anhelaban ser libres de la opresión de Roma. Al ver a Jesús sobre el pollino, pensaron en él como el gran libertador que esperaban. Hacía poco que Jesús había hecho el milagro de resucitar a Lázaro (Juan 11), y puede ser que el pueblo pensara que había llegado el momento para que Jesús reinara con poder.
Fuente: subiblia.com