Todos quisiéramos que Dios en persona nos hablase y nos responda una a una las preguntas que se van almacenando en nuestro corazón a lo largo de los años, de las experiencias y de las situaciones tan particulares que vivimos”.
Estoy seguro de que Dios sí se comunica con cada uno de nosotros, y nos va respondiendo a su modo y según lo que Él considera oportuno hacerlo.
Desde mi perspectiva y formación, considero que Jesús nos dejó una forma clara de comunicarnos con Dios: – “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, ¡y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensa! – Mateo 6:6. Es decir, a solas y en silencio.
Alguna vez fui testigo de algo que me impresionó por la estructura del relato, y sobre todo por el personaje. Erase un periodista que, en su afán de ser mejor, solicitó una entrevista a Dios.
Para sorpresa de él, en un entrenamiento para la carrera de Cobán, que hacía solo, se desvió hacia un bosque y apareció una persona que le dijo: ¿eres tú quien pidió la entrevista con Dios? –
Respondió: – ¡sí yo fui! –
El hombre le dijo, sígueme, lo llevó a la orilla de un lago, y estaba un anciano de cabello brillante, rasgos muy joviales, con una sonrisa impresionante y ágil para una plática.
– Habló entonces Dios -, ¿a ti te gustaría entrevistarme? Si Usted tiene tiempo, “cabal” dijo el periodista.
Dios sonrió y habló: Mi tiempo es perpetuo, suficiente para hacer todas las cosas y atenderles a todos al mismo tiempo. ¿Qué preguntas tienes en mente?
¿Qué es lo que más le sorprende de la humanidad? – preguntó el periodista-.
Dios respondió:
· Que se aburran de ser niños y querer crecer rápido, para después desear ser niños otra vez.
· Que desperdicien la salud para hacer dinero y luego perder dinero para recuperar la salud.
· Que piensen ansiosamente sobre el futuro, olvidando el presente y, de esa forma, no vivan ni el presente, ni el futuro.
· Que vivan como si nunca fuesen a morir y que mueran como si nunca hubiesen vivido.
Dios entonces posó su brazo en el hombro del periodista, y le dijo, “me da gusto verte César, yo también quería platicar contigo”.
El entrevistador sintió una paz única, una alegría especial, tranquilidad absoluta, en medio de un frío invernal que se volvió imperceptible. Esto nunca antes había experimentado, hasta la respiración se paró.
Entonces, con una sobredosis de energía positiva atinó a decir:
Dios, ¿cuáles son las lecciones de vida que deseas que los hombres aprendan?
Con una sonrisa, Dios respondió:
· Que aprendan que lo más valioso no es lo que se tienen en la vida, sino a quiénes tienen, para eso les he dado una familia.
· Que aprendan que no es bueno que se comparen unos con los otros, ya que todos serán juzgados de forma individual, por sus propios méritos y obras, hechas por amor y con amor.
· Que aprendan que una persona adinerada no es la que más tiene, sino la que obra con misericordia y comparte con los pobres lo que tiene, no lo que les sobra.
· Que aprendan que solo se necesitan algunos segundos para abrir profundas heridas en las personas y que es necesario muchos años para curarlas.
· Que aprendan a perdonar, practicando el perdón.
· Que aprendan que hay personas que los aman mucho, pero simplemente no saben cómo expresarse o demostrar sus sentimientos, y es bueno de pronto dar un abrazo con afecto.
· Que entiendan que para mí no hay religiones, iglesias, templos, lo que yo valoro es las acciones con sus semejantes.
· Que sepan que para Dios no hay títulos, maestrías, doctorados, peor los honoris causa, lo valedero es lo que has podido dar por los demás.
Por un tiempo el periodista permaneció sentado disfrutando aquel momento.
Abrió los ojos, y Dios no estaba más, sonrió y dijo: Dios gracias por tu tiempo y por todas las cosas que has hecho por mí.
Pasaron los días, y mientras el periodista, cerca de la meta del recorrido de los 21 kilómetros, a una cuadra del estadio José Ángel Rossi Ponce apareció el mismo rostro del lago, y le dijo, “nunca pares de escribir, tampoco de correr”.