Personalmente, de manera muy constante, exhorto a las personas a la santidad. Les digo que todos estamos llamados a la santidad y que es posible ser santo. Sin embargo, me he topado con algunos para quienes la vida eterna y la santidad es una utopía.
Pero a pesar de ser parte de una sociedad en donde conviven el bien y el mal, sigo afirmando que Dios existe, que la santidad existe y que es la meta de todos los cristianos. Hay libertad para pensar y creer en realidades diferentes. Pero ¿qué es la santidad?
En la exhortación Apostólica Gaudete et exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, el Papa Francisco en el No. 7 afirma: “me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad”.
Por naturaleza, todos estamos inclinados a hacer el mal; pero también es cierto que “todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad. Esta santidad de la Iglesia se manifiesta incesantemente y se debe manifestar en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produzca en los fieles; se expresa de múltiples modos en todos aquellos, que con edificación de los demás, se acercan en su propio estado de vida a la cumbre de la caridad; pero aparece de modo particular en la práctica de los consejos evangélicos”, (LG 39). Este es uno de los grandes dones del Concilio Vaticano II, porque deja la puerta del cielo libre para quienes deseen y aspiren entrar a la casa del Padre.
Para ser santo no se necesitan grandes dotes académicos; para ser santo es indispensable, en palabras de la Lumen Gentium practicar la caridad y los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Y esta santidad la encuentra al lado suyo. Cerca de nosotros hay personas que perdonan, que hacen obras de caridad, que integran sus sufrimientos a su propia vida, que hacen oración y que hacen el bien sin importar a quién. Ellos son los santos del siglo XXI
Escuchemos la voz de Dios quien constantemente nos invita a esta vocación universal a la santidad: “Sean santos, porque, yo, el Señor, soy santo”. Para ser santos se requiere: no odiar a nuestros hermanos, aunque haya mil razones para hacerlo; no vengarnos de nuestros hermanos, aunque a veces, ganas no nos faltan. Pero sobre todas las cosas, “amar a al prójimo como a uno mismo”, (Cfr. Lev 19, 1-2.17-18). Para ser santos, un requisito esencial es “amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y hacer oración por los que nos persiguen y calumnian”, (Mt 5, 38-48).
Posiblemente para muchos la santidad es una falacia, es una utopía. Pero no. La santidad es un regalo que Dios da a quienes se lo pidan, y que a la par hagan algo para lograrlo. Entonces ¿Es posible ser santo en el siglo XXI? La respuesta es Sí, si usted y yo queremos. Caso contrario, este don será dado a quienes menos nos imaginemos. Sea extraordinario, busque la excelencia en lo que hace, y la santidad será consecuencia de sus buenas acciones.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.