Si la academia, en realidad, respondiera a las verdaderas necesidades de la población, los académicos ya hubiesen resuelto los grandes problemas sociales, económicos, políticos y tecnológicos que enfrenta la sociedad guatemalteca.
La academia guatemalteca —proceso educativo que se realiza en los establecimientos educativos de los diferentes niveles y modalidades—, desde la educación primaria hasta la universidad, no forma integralmente a la persona humana para servir a los demás, sino para servirse a sí mismo y de los demás. Todos los egresados de las diferentes universidades —creo, que puede haber excepciones— utilizan la profesión para explotar a los demás. Egresados del sector público o del sector privado, no hay diferencia.
Asimismo, algunos profesionales buscan puestos públicos por nombramientos o por elección popular, con el propósito de enriquecerse a través de los exorbitantes salarios o a través de la corrupción, tal como hemos observado últimamente. En el sector privado, también los propietarios de algunas empresas —que son profesionales— si han logrado éxito empresarial en poco tiempo, probablemente, es porque se han vinculado con instituciones de Gobierno y han practicado la corrupción, o con el narcotráfico. ¡Lamentablemente!
Porque, impulsar una empresa sana en el país requiere de esfuerzo, dedicación, sacrificio, recursos, entre otros valores. En el país y en cualquier otro se requiere de tiempo para consolidar una empresa, los japoneses, por ejemplo, señalan que construir una empresa es similar al crecimiento de un niño; que durante los primeros años hay que invertirle recursos y tiempo. Hasta los 18 años, se debe esperar el retorno de la inversión.
Por lo anterior, es urgente que las autoridades de las diferentes universidades del país revisen la misión y visión, los principios y fines, el pénsum de estudio de las diferentes carreras, la metodología de enseñanza-aprendizaje, la confrontación de la teoría con la práctica, entre otras áreas del quehacer académico; para propender formar profesionales, que, en realidad, estén al servicio de la sociedad. Al respecto, en cierta oportunidad escuché la disertación de un rector de una de las universidades del país, que exponía: “El 85 % de los diputados del Congreso de la República de Guatemala han pasado en alguna Facultad universitaria, con todos los escándalos de corrupción que se está ventilando en contra de muchos de ellos ¿Qué dirán los decanos de esas Facultades en las que han egresado? Se preguntaba». (Parafraseado). En efecto, todas las autoridades educativas deben preguntarse sobre el desempeño de sus egresados, y a partir de allí, replantear la academia.
En síntesis, creo, que en nuestro país no hacen falta académicos, hacen falta académicos comprometidos, conocedores, conscientes y transformadores de la realidad social, política, económica y tecnológica de la sociedad guatemalteca. Profesionales que devuelvan de alguna manera el apoyo que les brindó la sociedad guatemalteca en su proceso de formación. Y, usted ¿Qué opina?