Cada día estoy más convencido de que hemos nacido por amor, para amar. Lo único que tenemos qué hacer es dejarnos asombrar por los detalles que los otros tienen con nosotros. No se necesita de grandes cosas para sentir el amor que Dios nos tiene. El amor de Dios se manifiesta a través de un abrazo, un beso, una llamada telefónica, un “Dios te bendiga”, etc.
Como ven, no es necesario que le digan a uno muchas cosas; solo basta que le den a uno un abrazo, y lo reinician otra vez. Así que no desperdicie las oportunidades que la vida le da para apapachar a los suyos. Es delicioso sentirse querido y amado por los demás.
Digo esto, porque estos últimos días he experimentado en carne propia palabras de aliento y de ánimo de mucha gente; he experimentado muchos abrazos de amistad y cariño de varias personas, especialmente de mi gente linda de la Parroquia de San Juan Ostuncalco y de mi nueva casa: la Parroquia de la Inmaculada Concepción, Concepción Chiquirichapa.
El amor es una virtud trascendental en la vida de todo ser humano. Sin amor, la vida no tienen sentido. Por eso es que vale la pena reflexionar sobre cómo estamos viviendo este valor en nuestras relaciones interpersonales. El amor genera cambios y da vida en donde hay muerte.
Ahora bien, los peores asesinos del amor son el odio, la soberbia, el orgullo, la envidia, los celos, la ira, el enojo, la cólera, entre otros. Estos antivalores deben ser erradicados de nuestra vida con la práctica del amor en todos los momentos y circunstancias de la vida. Revise un poco su interior, y alimente la llama del amor que ha sido depositada por Dios en nuestros corazones.
Según Hnry Van Dyke “el amor es demasiado lento para aquellos que esperan, demasiado rápido para aquellos que temen, demasiado largo para aquellos que sufren, demasiado corto para aquellos que celebran, pero para aquellos que aman, el tiempo es eterno”. Cuando se ama, el tiempo no se siente y es eterno.
Por lo tanto, tratemos la manera de despertar esa chispa del amor en nuestros corazones. Una vez enamorado de la persona que se ama, hay que permanecer en ese amor. Jesús dice: “permanezcan en mi amor”, (Jn 15, 9-17). ¿Cuántas veces no le hemos dicho a Dios que vamos a permanecer en su amor? Lamentablemente los problemas de la vida nos desequilibran y caminamos por otros caminos.
“Permanecer” en el amor es persistir, durar y perseverar en el amor. Este es el reto. Cuando una pareja se casa juran amarse y respetarse todos los días de la vida. Cuando uno se ordena sacerdote o hace votos perpetuos, se compromete a amar a Dios y al prójimo a través de esa consagración. Lo que quiero decir es que, en más de alguna ocasión nos hemos comprometido a amar a amigos, familia, pareja, hijos, pero no siempre permanecemos en el amor.
A veces puede más un chisme, las suposiciones o simplemente un capricho personal, que el amor que un día se prometió a nuestros seres queridos. Tratemos la manera de no hacer daño a las personas que “disque” amamos. Hay que dejar a un lado todos esos sentimientos de orgullo, ira y soberbia. La muerte de estos antivalores permitirán la resurrección del verdadero amor entre nosotros.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.