Según (González Lamadrid, y otros, 1997), el rey de Asiria se creía el hombre más poderoso y dominador absoluto del mundo. Por eso el libro de Nahúm comienza con un salmo (1, 2-8) que canta la inmensa grandeza y omnipotencia de Dios. Presenta dos modos de experimentar a Dios: el de sus fieles y el de sus enemigos orgullos. Para los fieles, Dios es una experiencia de paciencia y bondad; para los orgullosos, el profeta afirma que Dios ha tomado la decisión de hacer justicia: “porque ahora romperé el yugo que oprime, haré saltar las cadenas…en el templo de tu Dios aniquilará ídolos e imágenes”, (1, 13-14).
El profeta (1,9-2,3) describe una serie de oráculos sobre Judá y Nínive. Nínive se creía invencible, y se le acusa de haber organizado planes contra el Señor. Esta es la razón por la cual su rey será castigado y sus ídolos destruidos, (González Lamadrid, y otros, 1997, pág. 355). El profeta quiere levantar el ánimo de aquellos que han llegado a pensar y creer que, un imperio como el de Asiria, es invencible. Se deja claro que no hay ningún imperio político, económico, social y cultural que pueda resistir al poder misericordioso de Dios.
En la descripción de la caída de Nínive (2,4-14) se utilizan elementos visuales y auditivos. En 2,4 predomina el elemento visual, centrado en el color rojo, el rojo de la sangre, que es el color de la batalla. Menciona cómo los carros están listos para el ataque, los soldados avanzan hacia la muralla, a la diosa Ishtar se la llevan cautiva, y sus esclavas gimen como palomas. “En un instante todo cambia, y la ciudad orgullosa que durante 90 años de esplendor había amasado riqueza y grandeza, queda saqueada y devastada, después de perderlo todo”, (González Lamadrid, y otros, 1997, pág. 356).
En 3,1-7 hay una segunda reflexión sobre la caída de Nínive. Tras la orgullosa grandeza de la ciudad se oculta sangre, fraude, violencia y robos. Nínive se compara con una prostituta y se le anuncia: “levantaré tus faldas hasta tu cara, mostraré a las naciones tu desnudez, a los reinos tu vergüenza”, (Nah 3,5). Y para que le crean, el profeta en 3,8-11 les da el ejemplo de Tebas que había sido centro del poder egipcio desde los años 2,000 al 1,750 a. C, pero que llegó el día en que cayó en manos de Nínive.
Nahúm (3,12-19) describe el desastre de Nínive: las grandes fortalezas caen, el ejército asirio es una partida de mujeres, el fuego acabará con todo y los pastores asirios están dormidos. Las naciones que antes eran víctimas ahora aplauden su ruina, (González Lamadrid, y otros, 1997, pág. 357).
“Las potencias históricas se engañan creyendo que son los árbitros de su destino y del de las naciones sometidas, pero en realidad el último árbitro es el Señor de la justicia”, (Rossano, Ravasi , & Girnalda, 1990, pág. 1296). Ante la opresión asiria, el profeta se convierte en el consolador de su pueblo. Les hace ver con esperanza el futuro y que tarde o temprano sus ojos verán caer a Nínive.
Existen aún países, culturas y personas que se consideran “invencibles” y salvadores de la humanidad. En la política nunca hacen falta quienes se consideran “indispensables” para solucionar los problemas sociales, políticos y económicos.
Todos debemos estar claros de que ninguna potencia política y económica tiene la última palabra; la última palabra siempre la tiene Dios. Dios ve el pecado, la hipocresía y la carencia de valores éticos en personas e instituciones públicas y privadas, y da cada uno lo que merece en el momento menos esperado.
Es necesario “gritar” que las estrategias del Dios misericordioso aniquilarán a los representantes del mal dondequiera que estén. El asedio de los países desarrollados sobre los subdesarrollados y la burla de los poderosos hacia el pueblo sencillo llegará a su fin.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.