La pandemia del Coronavirus aún sigue causando dolor y sufrimiento en todo el mundo y en nuestro país. El protocolo para reducir su expansión sigue vigente, y estamos obligados a respetarlo, porque es por el bien todos. Pero hay otras pandemias que urge eliminar: la pandemia del chisme y del racismo.
La lengua es un órgano muy pequeño, pero peligroso. La lengua nos sirve para alabar a Dios, pero también la usamos para destruirnos unos a otros. Los chismes destruyen familias, grupos e instituciones. Por lo que hay que tener cuidado con ella. Es importante pensar bien antes de expresar nuestras ideas. A veces, uno es muy injusto al hacer juicios de valor acerca de los demás.
El mal uso de este pequeño órgano le ha hecho y le sigue haciendo mucho daño a la sociedad actual. Solo basta con darle un vistazo a los medios de comunicación, las redes sociales, por ejemplo. Unas más que otras, pero varias personas usan estos medios para expulsar su veneno a diestra y siniestra; y a veces, sólo porque no se comparte la manera de proceder de los demás. Reflexionemos cómo estamos nosotros.
A la pandemia del chisme hay que ponerle freno. Si no se le hace un alto a los rumores y las suposiciones, este pequeño virus seguirá destruyendo hogares, grupos e instituciones públicas y privadas. Considero que para que nuestro país mejore, se requiere que todos nos levantemos cada día con el deseo de engrandecerlo a través de la profesión y vocación que hemos elegido. No hay que levantarse con el ánimo de ponerle trampas a nadie. Y las trampas comienzan con la lengua. Es sano “estar siempre alertas, porque el diablo, como león rugiendo, da vueltas buscando a quien devorar,” (1Pe 5, 8). El mal utiliza este pequeño órgano para sembrar cizaña y maldad.
El chisme es tan mortal como el Coronavirus, porque construye historias falsas acerca de los otros. Cuando alguien comenta algo que otra persona le dijo confidencialmente, está cayendo en el hábito del chisme y de las falsedades. Es importante pedirle sabiduría a Dios para contrarrestar la pandemia del chisme, y así establecer relaciones más sanas con los demás.
Los últimos días también hemos visto cómo en Estados Unidos la pandemia racista no para. El racismo es otra de las peores formas de tratar a un ser humano. Nadie es superior a nadie. El racismo atenta con la más sagrado de un ser humano: su dignidad. En Guatemala, el racismo es otro de los males que hay que erradicar urgentemente. Los cuatro grupos culturales (Xincas, Garífunas, Mayas y Ladinos) tenemos costumbres, hábitos y formas de ver y asumir la realidad de una manera distinta; pero nadie es más que otro. Todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones; y merecemos ser tratados con respeto, porque “el respeto al derecho ajeno, es la paz” (Benito Juárez). Es triste que el racismo siga destruyendo y dividiendo pueblos, instituciones y naciones. No tenemos por qué sentirnos menos que otros; ante Dios todos tenemos la misma dignidad.
Intensifiquemos nuestros momentos de oración, para que Dios tenga piedad y misericordia de quienes son víctimas de la pandemia del chisme y del racismo. Todos tenemos que amarnos los unos a los otros. A los chismosos y racistas, tarde o temprano la misma vida les dará lo que se merecen.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.