La pandemia ha afectado a todos los ciudadanos del mundo. Sin discriminar, no tiene preferencia por sexo, estrato social, ideológico, político, religioso, color de piel, pueblo, nación, profesión, etcétera, etcétera. Se mueren igual. La incertidumbre prevalece en todo. La normalidad, esa del año 2019, a la que los gobiernos quieren volver, no necesariamente es anhelada por todos. Si le preguntamos a la mayoría de la población, un alto porcentaje quieren que haya cambios. El ser antropocéntrico ya no existe, el todo poderoso ser humano que vino al mundo para explotar los recursos, aprovecharse de ellos y obtener una vida cómoda, en espacios intocables, casi tronos, está en peligro de desaparecer, un virus fue capaz de lograr lo que ninguna de las guerras, que son miles, han logrado.
Pero hay un grupo, muy pequeño en la mayoría de países que sueñan con regresar a esos espacios hoy prohibidos. Finos restaurantes, bares, discotecas, juegos de azar, canastas para las damas, prostíbulos para los caballeros, centros comerciales, clubes, eran los espacios de esta pequeña parte de la población. Sus negocios ya no producen, pero algunos, porque otros están dejando buenas ganancias, ese no es problema.
Esos privilegios que los hacían sentir poderosos se extrañan. Y mucho. Reunirse con las amigas, ir de compras a las boutiques de lujo, beber un vino, organizar una colecta para los pobres, para los niños abandonados. Recorrer las carreteras con un auto de lujo para llegar al mejor hotel del puerto, o a su chalet en las orillas del lago. Esto cuando se quedan en el país. Por lo general viajar en avión a Miami de compras las damas, España a ver un clásico, queriendo ser español por llevar un apellido de ese origen, de sangre azul, sin que exista tal.
Sentirse el todopoderoso ser, el centro del universo, el que lo puede todo, para llegar al momento en el que no se es nada, es duro para este grupo de guatemaltecos que la están pasando muy mal. Porque el resto de la población vive en una pobreza en la que peor es difícil estar, sin embargo, cada día se está peor. Pero en el campo el hermano que cultiva la tierra, lo hizo a finales de 2019 y lo sigue haciendo hoy, con más dificultades, con menos recursos, pero en su mundo ha sufrido tanto que no ve la diferencia. Además, como escribió alguien en las redes sociales “los pobres se ayudan entre ellos”.
El ser antropocéntrico no es capaz de ayudar, si no va a recibir algo a cambio. Su visión estratégica de competitividad le hace ver que cada esfuerzo merece un premio, la ganancia y la rentabilidad está presente en cada acto de su vida. Por eso hoy sufre el confinamiento, en una cárcel de oro, pero cárcel al fin. Sale a las calles a manifestar su inconformidad, le vedan el derecho a transitar libremente en lo que para ellos era su mundo, su territorio, su finca.
La nueva realidad debe ser más justa, más igual, más humana. Debe prevalecer el respeto a la naturaleza, no con miedo, pero si con un inmenso amor. La lucha será entre los que desean regresar a diciembre 2019, con sus lujos y desigualdades, y los que deseamos un mundo mejor, en donde todos, sin distinción de color de piel, rango económico, idioma, ideología y religión abracemos el sueño del bienestar común, o el buen vivir.
Profesor universitario, académico, profesional de las Ciencias Económicas.