Uno de los pilares fundamentales de la vida cristiana y de la vida en sí misma es la ORACIÓN. En la sociedad actual hacen falta hombres y mujeres que estemos dispuestos a hacer oración todos los días. No importa la edad ni el estado de vida, todos debemos hablar con Dios sobre los males que aquejan a la sociedad de la que somos parte. Sin ese diálogo profundo con Dios, será difícil disfrutar la vida y ser feliz. Hay muchas formas de oración. Por ejemplo, en el caso de los religiosos y las religiosas, una de sus responsabilidades principales es hacer oración comunitaria y lectio divina. Los sacerdotes, de igual manera, tenemos la obligación de rezar la Liturgia de las Horas y hacer Lectio divina. Pero en términos generales, todos estamos invitados a orarle a Dios; si nos consideramos cristianos, debemos hacerlo.
Desde mi punto de vista, uno de los requisitos para poder hacer clic con Dios a través de la oración es ser honestos e íntegros. Recordemos la actitud del fariseo y el publicano en el templo. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano: ayuno dos veces a la semana, doy el diezmo de todo lo que gano. Mas el publicano estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador, (Lc 18, 9-14).
A Dios le agrada una oración humilde y sencilla; a Dios no le agrada una oración farisaica, caracterizada por la hipocresía, la falsedad y el ser “dos caras”. Aprendamos de la manera como Salomón oraba a Dios: Yo no soy más que un muchacho y no sé cómo actuar, soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal. Una oración hecha con un corazón humilde será escuchada por Dios. Dios le responde a Salomón: por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido, (Re 3, 5-13).
Hablar de amor con Dios a través de la oración nos permite ver la diferencia entre el bien y el mal. En las instituciones públicas y privadas, en las grandes y pequeñas empresas, y a veces, dentro de las mismas iglesias, hay jefes y superiores, que por no saber pedir o por pedir lo que no conviene, o por pedir con el hígado y no con el corazón, terminan siendo arrogantes y soberbios. La soberbia y el orgullos no permiten actuar con sabiduría, y muchos menos saber qué es bueno y qué es malo, (Mt 13, 44-52).
En nuestra oración personal mental pidamos a Dios un corazón humilde y sabiduría para hacer buenas decisiones en nuestra vida. Pidamos también por quienes nos critican y nos juzgan, por nuestros enemigos, para que Dios les cambie el corazón y sea justo con ellos. Porque cada uno recibe en vida el fruto de sus acciones y decisiones. Y si yo sé que he actuado mal, pues tengo que aceptar que la misma vida me devolverá el cien por ciento de esas acciones.
El diálogo profundo con Dios nos va a permitir encontrar ese tesoro llamado: Reino de Dios. Al final de los tiempos seremos juzgados como bueno o malos. Los malos al horno encendido, y los buenos a la vida eterna.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.