Entrando en la última parte del año, es inevitable que se enumeren las diversas tradiciones para hacer referencia al tiempo que falta y que este finalice; y es que, en un país tan costumbrista como Guatemala, es menester hacer alusión a cada festividad para referirnos a una época específica del año.
Las tradiciones y costumbres de Guatemala son el resultado de una extensa tradición cultural, que va desde los mayas; influenciadas por la colonización hispánica, la religión católica e incluso la actividad política, sus expresiones son diversas. En todo el país existen fiestas patronales, danzas, ferias, cofradías y ritos que son producto de una fusión entre la tradición religiosa y la mística.
Por la fecha, me voy a referir solo a dos eventos, uno claramente adoptado, y que cada año acoge tendencias e influencia extranjera, y el otro, que cada vez se arraiga como un tiempo para compartir en familia y es distintivo en esta época del año en los hogares guatemaltecos.
El Halloween se celebraba hace más de 3,000 años por los celtas, un pueblo guerrero que habitaba zonas de Irlanda, Inglaterra, Escocia y Francia. Precisamente el 31 de octubre, los celtas celebraban el fin de año con el Samhain, una fiesta pagana. Con la inmigración europea a los Estados Unidos, llegó la tradición de este festejo al continente americano. Cuando se habla de esta celebración se piensa en disfraces, maquillaje, fiesta, dulces y niños; pero la historia indica que no siempre fue festiva y alegre, y que los ritos que se practicaban durante la noche tenían un carácter bastante aterrador.
Hoy en día, Halloween es una de las fechas más importantes del calendario festivo estadounidense y canadiense. Algunos países latinoamericanos tienen sus propias tradiciones y celebraciones ese mismo día, aunque coinciden en cuanto a su significado y el hecho de que esta fiesta haya llegado hasta nuestros días es, en cierta medida, gracias al enorme despliegue comercial y la publicidad engendrada en el cine estadounidense. La imagen de niños correteando por las oscuras calles disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pidiendo dulces y golosinas a los habitantes de un oscuro y tranquilo barrio, ha quedado grabada en la mente de muchas personas.
Personalmente no festejo ni comparto esta celebración; en mi corazón he decidido firmemente celebrar y promover la vida, aun más allá de la muerte, por lo que esta celebración, con todo respeto para quienes sí la festejan, me parece un tanto absurda al procurar la unión o extrema cercanía del mundo de los vivos con el denominado reino de los muertos. Sin embargo, y por la influencia que comercialmente tiene, hago mención de la misma, pues considero que al final, siempre que estemos informados y sepamos claramente de qué se trata, estamos cada quien en total libertad de decidir qué festejos y tradiciones adoptar en nuestra vida.
Paralelo a lo anterior, si me gusta, disfruto y procuro compartir cada año un delicioso plato de fiambre junto a mis seres amados, pues en realidad, y muy distinto a lo que se piensa, nada tiene que ver una celebración con la otra, aunque se insista en creer que tienen estrecha relación.
De acuerdo a Héctor Gaitán, historiador guatemalteco, la costumbre del fiambre surgió con la llegada de los españoles a América, fueron ellos quienes trajeron el ganado, los cerdos y las gallinas a nuestro territorio. Esto se fue fundiendo con las culturas indígena y mestiza, prevaleciendo hasta nuestro tiempo. No obstante, y a pesar de algunas modificaciones por el alto costo de la vida, sigue siendo valioso apreciar en esta época del año el anhelo de compartir, y dentro de la gastronomía, este plato es uno de los más emblemáticos de la cultura guatemalteca con los aportes particulares que le agrega cada región.
Entonces, sin el afán de criticar lo que cada quien decida celebrar, disfrutemos nuestras costumbres y tradiciones, promoviendo, eso sí, compartir y disfrutar valiosos tiempos en familia.
Mercadóloga especialista en Gestión de Proyectos. Capacitadora, motivadora, estratega y analista empresarial.