En las postrimerías del siglo XIX la filosofía positivista, que asumía un desarrollo lineal e inexorable, permeó a prácticamente todas las sociedades; a esa época se le denominó como la “Era del Progreso”, siendo una de sus manifestaciones prácticas la construcción de ferrocarriles, máquinas que subsumían todos los avances de la ciencia del momento. Guatemala, como país que buscaba su desarrollo, se comprometió en la construcción de varios ferrocarriles, uno de ellos el recordado “Ferrocarril Eléctrico Nacional de los Altos”, que iniciaba en San Felipe, Retalhuleu y llegaba a Quetzaltenango, de donde debían surgir ramales a San Marcos, Sololá, El Quiché, Totonicapán y Huehuetenango, fases que nunca se realizaron.
El esfuerzo por la construcción del Ferrocarril de Los Altos es verdaderamente admirable. Para ello, en julio de 1920 y siendo Presidente de la República don Carlos Herrera, se constituyó una comisión responsable del proyecto, integrada por don Manuel Aparicio, don Vitalino Robles, don Gregorio Aguilar, don Alejandro Montes, el Licenciado Delfino Escobar, el Ingeniero Jorge Hartman, el Licenciado José Vicente Molina, don Enrique Andreu, el Ingeniero Rafael Castro Conde, el Ingeniero Víctor Cotone, don Manuel Sáenz Mérida y don Carlos Quezada. Esta comisión logró que el 23 de mayo de 1921 se emitiera el Decreto Legislativo 1119, mediante el cual se creó un impuesto de tres pesos por cada botella de aguardiente destinados a los trabajos del Ferrocarril de los Altos.
El 22 de septiembre de 1924 durante la presidencia del General José María Orellana se licitó la obra que fue ganada por la compañía Allgemeine Elektricitats Gessellschaft (A.E.G. de Alemania), y el 30 de marzo de 1930, se inauguró el ferrocarril siendo presidente de Gobierno el General Lázaro Chacón. El presidente Chacón en representación del Estado y como reconocimiento al esfuerzo de los quetzaltecos donó a Quetzaltenango a perpetuidad mil caballos de fuerza de la energía generada por la Hidroeléctrica de Santa María, construida como parte del proyecto del Ferrocarril de los Altos. El Ferrocarril contaba con 15 vagones, 7 de pasajeros de primera y segunda clase, 7 para transporte de carga, y uno especial para traslado de los técnicos de la empresa del ferrocarril. El recorrido de San Felipe Retalhuleu a Quetzaltenango era de 44 kilómetros, pasando por el “Túnel de Santa María”, construido para ese propósito.
El 20 de septiembre de 1933 ocurrió la tragedia: el país fue azotado por fuertes tormentas que destruyeron dos de los puentes y parte importante del tendido de rieles; el Presidente de la República era el General Jorge Ubico quien, a pesar de la solicitud de los quetzaltecos por su reconstrucción, desestimó todas las propuestas y decidió la clausura definitiva del Ferrocarril Eléctrico Nacional de los Altos y la utilización de los rieles para postes de electricidad, y el uso de la energía de la planta de Santa María para proveer luz a varias comunidades. Sin duda pesó en la decisión la difícil situación financiera, tanto del ferrocarril como del país, pues se vivían los efectos de la “Gran recesión” mundial de 1929.
La terminal del Ferrocarril de los Altos en Quetzaltenango quedó en abandono varios años, hasta que el Coronel Jacobo Arbenz ordenó su uso para Brigada Militar, la que funcionó hasta el año 2004, cuando fue desalojada durante el gobierno del Licenciado Oscar Berger, y transformado las instalaciones en un “Centro Intercultural”, lugar en que se realizan actividades culturales.
FERROCARRIL DE LOS ALTOS
Autor: Mariano Fuentes (Emiro Fuensanta, 1930)
¡Ha tiempo que te esperan las cumbres de occidente,
las alturas bravías que ha cantado el poeta,
donde el robledo arraiga, donde el pino vegeta
al borde acantilado del filón imponente!
¡Trema el alma grandiosa de austeras soledades,
presintiendo el nervioso resollar de tu paso,
y se inquietan los ecos de infractas oquedades
donde extingue sus rojos carbunclos el ocaso!
¡En los pétreos macizos que ha erosionado el río
con sus aguas salvajes remolinadas de olas,
te acechan los rumiantes, te espera el caserío,
y el etéreo fantasma de azules fumarolas!
Donde el ciclón ha hecho titánicos desgarros
sus roqueñosos labios abre el terrible abismo,
para que pase el cuerpo de oruga de tus carros
y tome por asalto criptas de cataclismo…
¡Te espera el gran plumero de fumante cascada
en su trono de jaspes, en su alquicel de brisas;
te espera el verdor glauco de bravías cornisas
y la impaciente boca de la peña horada…!
Los metálicos puentes que aferran a la cima
y hacen marco al torrente del Samalá sonoro,
¡quieren ver cómo surges de la espantable cima!,
¡cómo subes fogoso por entre riscos de oro!
Elevando tu glauco penacho de hidalguía,
ansía ver tu aspecto sobre la sierra gualda,
oir tu trompa al borde de tu arenosa falda:
¡el cono más altivo!, ¡el gran Santa María!
Largos nervios de hierro quieren sentir tu peso,
vibrar y estremecerse a tu ronco bufido,
ver que ágil te adelantas… que a tu intenso silbido
se aleja la mesnada sombral del retroceso…
En las garganteas reales del cañón imponente
Donde habla el agua al recio corazón de las rocas,
Pasarás al empuje de eléctrica corriente
¡entre biombos calizos… entre abismales bocas!
Y entre crestas de pórfido y olivinos basaltos
donde el Quetzal asciende su augusta pedrería
¡te ansían exultantes!… ¡rugientes de hidalguía!
¡Las zona de Occidente…! ¡Los pueblos de los Altos!