“La memoria de los vivos hace la vida de los muertos”, reza una inscripción que desde 1894 recibe a los visitantes al cementerio de Quetzaltenango.
Los cementerios más antiguos de la historia son las catacumbas, en las que se enterraba a los primeros cristianos. En Mesoamérica, antes de la llegada de los conquistadores españoles, la tradición indígena era enterrar a sus difuntos en fosas cavadas cercanas a sus hogares, cubiertas con un pequeño promontorio de tierra; excepto, claro está, los enterramientos que hacían de la nobleza y principales, que recibían sepultura en necrópolis piramidales, algunas de ellas conservadas hasta la fecha.
Con la llegada de los conquistadores, el número de muertes se incrementó sensiblemente, en un primer momento por las guerras de conquista; y luego, por las enfermedades que diezmaron a la población indígena que evidentemente no poseía los anticuerpos a las enfermedades que en Europa eran comunes y a las que los europeos ya eran inmunes. Las principales enfermedades y pestes que afectaron a los indígenas a partir de la conquista fueron la viruela, el tifus, la tos ferina y el sarampión; pestes todas ellas feraces que solo pudo contrarrestar el tenaz crecimiento poblacional.
La primera referencia de “salud pública” que se hace en Quetzaltenango aparece en acta municipal de 1815 en la que se menciona un brote de viruela. Para entonces ya se contaba con la vacuna contra la viruela desarrollada en 1803, elaborada a partir de “pus de vaca” (cowpox), de donde viene el término de “vacuna”.
Cuando el doctor Cirilo Flores estaba a cargo del control de la peste de cólera (otra enfermedad contagiosa), organizó un lazareto para poner en cuarentena a los enfermos; sin embargo, un grupo de indígenas opuesto a la medicación que seguía el doctor Flores, atacaron el lazareto y liberaron a los enfermos del hospital, con lo que la peste se extendió aún más. En 1826, y siendo Cirilo Flores jefe del Estado de Guatemala, el cólera repitió, esta vez con carácter de epidemia, por lo que el doctor Flores se encargó personalmente de la campaña de vacunación, prohibiendo los entierros que se hacían en la Catedral y sus alrededores, y ordenando la construcción de un nuevo cementerio público alejado del centro de la ciudad; además planificó un nuevo sistema de suministro de agua. Todo ello requería financiación, por lo que instruyó la recolección de arbitrios, lo que causó el desagrado de los quetzaltecos, lo que, sumado a molestias de tipo político, acabaron con su vida asesinándolo bajo la consigna de muera el tirano, muera el hereje, muera el ladrón. Cuando el doctor Cirilo Flores estaba a cargo del control de la peste de cólera (otra enfermedad contagiosa), organizó un lazareto para poner en cuarentena a los enfermos; sin embargo, un grupo de indígenas opuesto a la medicación que seguía el doctor Flores, atacaron el lazareto y liberaron a los enfermos del hospital, con lo que la peste se extendió aún más. En 1826, y siendo Cirilo Flores jefe del Estado de Guatemala, el cólera repitió, esta vez con carácter de epidemia, por lo que el doctor Flores se encargó personalmente de la campaña de vacunación, prohibiendo los entierros que se hacían en la Catedral y sus alrededores, y ordenando la construcción de un nuevo cementerio público alejado del centro de la ciudad; además planificó un nuevo sistema de suministro de agua. Todo ello requería financiación, por lo que instruyó la recolección de arbitrios, lo que causó el desagrado de los quetzaltecos, lo que, sumado a molestias de tipo político, acabaron con su vida asesinándolo bajo la consigna de muera el tirano, muera el hereje, muera el ladrón.
Belice, causando miles de muertes; fue, según la historia, también la causante de la caída del gobierno del doctor Mariano Gálvez, acusado de “envenenar” las aguas de los ríos.
En Quetzaltenango hubo hasta cinco cementerios ubicados en lugares céntricos, hasta que finalmente en 1840 se inauguró el actual cementerio en terrenos donados por el Rey de España a “la Virgen de la Soledad”, espacios vecinos al templo del Calvario ya existente a la fecha.
Como dato anecdótico, en el cementerio de Quetzaltenango hubo un solo fusilamiento, el del “brujo” que asesinó a un grupo de niños alemanes que en la cúspide del volcán Santa María habían “profanado” el lugar en que el brujo hacia “sus trabajos”
El cementerio de Quetzaltenango tiene mausoleos verdaderamente bellos, con esculturas alegóricas variadas realizadas en mármol; desafortunadamente las autoridades municipales lo han descuidado y han sufrido amputaciones. En el cementerio de Quetzaltenango se han enterrado personalidades famosas; vale mencionar a expresidentes como Lisandro Barillas y Manuel Estrada Cabrera; a artistas como Carlos Wyld Ospina, Carlos Villagrán Amaya, Domingo Betancourt y Wotzbelí Aguilar. A personajes como Francisco Sánchez o Alberto Fuentes Mohr; y deportistas como Mario Camposeco.