La Semana Santa comenzó ayer con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Resurrección, este 2020 será el 12 de abril. Veamos algunos de los eventos más importantes que nos relatan los Evangelios sobre la última semana de Jesús en la tierra.
Cuando Jesús entra a Jerusalén, una multitud le recibe aclamándole y tendiendo sus mantos o ramas de los árboles en el camino, gritando ¡Hosanna al Hijo de David!
Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás gritaba: —¡Hosanna al Hijo de David!
—¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! —¡Hosanna en las alturas!
Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. —¿Quién es este? —preguntaban.
—Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea —contestaba la gente.
(Mateo 21:9-11)
Jesús celebra la Pascua, la última cena, con sus discípulos
Jesús sabía que se acercaba el momento de su muerte y anhelaba celebrar la Pascua con sus discípulos y amigos. Dio instrucciones precisas a Pedro y a Juan para que encontraran y prepararan el lugar donde la celebrarían.
Una vez allí, Jesús les anunció que uno de ellos le traicionaría. Aun sabiendo esto, Jesús continuó la cena con sus discípulos, aquellos con los que había vivido, llorado y reído durante sus tres años de ministerio. Partió el pan y compartió la copa de vino con ellos por última vez aquí en la tierra. Fue en ese momento que se instituyó la Santa Cena o la Cena del Señor en memoria de Jesús y su sacrificio en la cruz.
“Luego tomó la copa, dio gracias y dijo: —Tomen esto y repártanlo entre ustedes. Les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: —Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí”.
(Lucas 22:17-19)
Este relato solo aparece en el Evangelio de Juan, pero sabemos que ocurrió durante la última cena de Jesús con sus discípulos, mientras celebraban la Pascua. Jesús se levantó y echó agua en una vasija. Comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a secarlos con su toalla.
¿Por qué lo hizo? Para darnos ejemplo de humildad y enseñarnos cómo debemos servirnos los unos a los otros. La propia muerte de Jesús fue un acto de amor y de humildad. Él estuvo dispuesto a dar su vida y a humillarse para que nosotros podamos recibir la vida eterna.
Jesús necesitaba prepararse para su hora más difícil y se dirigió a un jardín con sus discípulos para orar. Una vez allí, pidió a Pedro, Juan y Jacobo que le acompañaran mientras oraba al Padre por fortaleza para lo que debía enfrentar.
Sin embargo, sus discípulos sucumbieron ante el cansancio y en lugar de orar e interceder por él, se durmieron. Pero Dios Padre no le abandonó: envió un ángel para fortalecerlo en ese momento de angustia.
“Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra.
Cuando terminó de orar y volvió a los discípulos, los encontró dormidos, agotados por la tristeza. «¿Por qué están durmiendo? —les exhortó—. Levántense y oren para que no caigan en tentación»”.
(Lucas 22:41-46)
Además de su arresto junto a todo el maltrato y la humillación que conllevaba, Jesús tuvo que soportar la traición de Judas y la negación de Pedro. Aunque sabía de antemano lo que iba a suceder, el dolor causado por sus dos discípulos y amigos debe haber sido muy fuerte.
De todas formas, Jesús se mantuvo firme y continuó en obediencia para que se cumpliera el plan de Dios para la salvación del mundo. Jesús sabía que tenía frente a él las horas más difíciles de su vida, pero su amor a Dios Padre y a cada uno de nosotros fue aun más grande.
Jesús soportó valientemente y en silencio toda la humillación, los azotes, las burlas, los escupitajos y todo el horror además del abuso físico y emocional que sufrió durante su arresto y su crucifixión. Lo hizo por amor y lo hizo por cada uno de nosotros.
La muerte en la cruz era una muy vergonzosa y dolorosa, se utilizaba contra los peores ladrones y malhechores. La muerte no ocurría de forma inmediata, la persona pasaba por horas de angustia e inmenso dolor.
Además del dolor intenso y de la humillación por su desnudez Jesús tuvo que soportar las burlas casi constantes por parte de los que observaban o pasaban cerca de él. Sin embargo, él no se echó atrás. Soportó la cruz para vencer el poder de la muerte al resucitar y para darnos acceso a la vida eterna. ¡Así de grande es su amor por toda la humanidad!
El primer día de la semana, a los tres días de la muerte del Señor Jesús, algunas mujeres se dirigieron al sepulcro pues querían ungir su cuerpo. Al llegar allí, vieron que la piedra que sellaba el sepulcro había sido removida, y un ángel les dio la noticia sobre la resurrección de Jesús.
¡Jesús resucitó! La muerte no pudo vencerle. Tal como el salmista y el mismo Jesús habían profetizado, la muerte no pudo retenerle por siempre. Él resucitó, está vivo, y en él tenemos paz y propósito. ¡Vivamos para él!
Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. —¡La paz sea con ustedes!
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. —¡La paz sea con ustedes! —repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.
(Juan 20:19-21)
Tomado de: SuBiblia.com